– Por otro lado, para un brujo, lo abstracto es algo que no tiene paralelo en la condición humana -dijo.
– ¿Pero no se da usted cuenta de que son lo mismo -grité-. Estamos hablando de la misma cosa.
– No lo estamos -insistió-. Para un brujo, el espíritu es lo abstracto, porque para conocerlo no necesita de palabras, ni siquiera de pensamientos; es lo abstracto, porque un brujo no puede concebir qué es el espíritu. Sin embargo, sin tener la más mínima oportunidad o deseo de entenderlo, el brujo lo maneja; lo reconoce, lo llama, lo incita, se familiariza con él, y lo expresa en sus actos.
Meneé la cabeza con desesperación. No podía ver yo la diferencia.
– La raíz de tu confusión es que yo he usado el término "abstracto" para denominar al espíritu -dijo-. Para ti, "abstracto" es algo que denota estados de intuición. Un ejemplo es la palabra "espíritu", que no describe la razón ni la experiencia práctica y que, claro, según tú, no sirve más que para aguijonear tu fantasía.
Estaba yo furioso con don Juan. Lo llamé obstinado y se rió de mí. Sugirió que si yo lograba considerar seriamente la proposición que el conocimiento puede ser independiente del lenguaje, sin molestarme en entenderla, tal vez pudiera ver la luz.
– Piensa en esto -dijo-. No fue el acto de conocerme lo importante para ti. El día que te conocí, tú conociste al espíritu. Pero como no podías hablar de ello, no lo notaste. Los brujos conocen al abstracto sin saber lo que están haciendo, sin verlo, sin tocarlo y sin siquiera sentir su presencia.
Permanecí callado, porque no me gustaba discutir con él. A veces él era terrible y caprichosamente abstruso. Don Juan parecía estar divirtiéndose inmensamente.
IV. EL ULTIMO DESLIZ DEL NAGUAL JULIÁN
En el patio de la casa de don Juan reinaba el fresco y el silencio de los claustros de un convento. Había allí un sinnúmero de enormes árboles frutales, plantados extremamente cerca unos de otros, que parecían regular la temperatura y absorber todos los ruidos. La primera vez que llegué a su casa, critiqué la manera ilógica en que estaban plantados esos frutales. Yo les hubiera proporcionado más espacio. Él replicó que esos árboles no eran de su propiedad, que eran árboles guerreros, libres e independientes, que se habían unido a su grupo de brujo. Dijo que mis comentarios, si bien eran aplicables a los árboles comunes, no atañían a los que estaban en su casa.
Su réplica me sonó muy metafórica. Lo que ignoraba yo en ese entonces era que don Juan daba un sentido literal a todo cuanto decía.
Don Juan y yo nos encontrábamos sentados en unas sillas de caña, frente a los frutales. Comenté que los árboles cargados de fruta no eran sólo un bello espectáculo, sino también algo asombroso en extremo, dado que no era la estación de frutas.
– Existe una historia intrigante acerca de ellos -admitió-. Como sabes, estos árboles son guerreros de mi grupo. Ahorita tienen fruta, porque yo y todos los demás miembros de mi grupo hemos estado expresando sentimientos y opiniones acerca de nuestro viaje definitivo, aquí mismo, delante de ellos. Y ahora los árboles saben que, cuando nos embarquemos en nuestro viaje definitivo, irán con nosotros.
Lo miré, atónito.
– No puedo dejarlos -dijo-. Son guerreros como nosotros. Han unido su sino al grupo del nagual. Saben lo que yo siento por ellos. El punto de encaje de los árboles esta localizado muy abajo en sus enormes conchas luminosas y esta característica les permite conocer nuestros sentimientos. Por ejemplo, estos árboles conocen los sentimientos que tú y yo tenemos en este momento, al estar hablando frente a ellos acerca de mi viaje definitivo.
Guardé silencio. El tema de su viaje definitivo me deprimía. Don Juan repentinamente cambió la conversación.
– El segundo centro abstracto de las historias de brujería se llama el Toque del Espíritu -dijo-. El primer centro, las Manifestaciones del Espíritu, es el edificio que el intento construye y coloca frente al brujo, invitándolo a entrar. Es el edificio del intento visto por un brujo. El Toque del Espíritu es el mismo edificio visto por el principiante al que se invita, o más bien se obliga a entrar.
"Este segundo centro abstracto también podría ser una historia en sí. Y esa historia dice que, después de que el espíritu se manifestó, a ese hombre de quien ya hablábamos, sin obtener respuesta, el espíritu le tendió una trampa. Un subterfugio decisivo, no porque el hombre tuviera nada de especial, sino porque, debido a la incomprensible cadena de eventos desatada por el espíritu, el hombre estaba disponible en el preciso momento en que el espíritu tocó la puerta.
"No hace falta decir que todo cuanto el espíritu le reveló a ese hombre no solamente carecía de sentido para él, sino que de hecho iba contra todo lo que ese hombre sabía, contra todo lo que él era. Claro está, el hombre rehusó de inmediato y en forma bastante hosca a tener algo que ver con el espíritu. No iba a dejarse engañar por esas tonterías tan absurdas. El sabía lo que hacía. Y así, el espíritu y ese hombre quedaron absolutamente estancados.
"Con la misma facilidad con la que te digo que todo esto podría ser una historia -continuó don Juan- te puedo decir que es una idiotez. Te puedo decir que esa historia es como el chupón que se les da a los niños que lloran. Esa historia es para los que lloran con el silencio de lo abstracto.
Me escudriñó por un momento; luego sonrió.
– Te gustan las palabras -dijo recriminándome-. Te da miedo el solo pensar en el conocimiento silencioso. Por otro lado, las historias, por más estúpidas que sean, te encantan y te hacen sentir seguro.
Su sonrisa era tan pícara que acabé riendo.
Me recordó que ya él me había dado un detallado relato de la primera vez que el espíritu tocó su puerta. Y por un momento, no pude imaginar de que me estaba hablando.
– No sólo fue mi benefactor quien tropezó conmigo cuando me estaba muriendo del balazo que me dieron -explicó-. Ese día, el espíritu tocó mi puerta. Mi benefactor comprendió que él estaba allí como conducto del espíritu. Sin la intervención del espíritu, el encuentro con mi benefactor no hubiera significado nada.
Manifestó que el nagual puede oficiar como conducto solamente después de que el espíritu ha manifestado su voluntad ya sea a través de casi imperceptibles manifestaciones o mediante comandos directos. Por lo tanto, no hay posibilidad de qué un nagual pueda elegir a sus aprendices siguiendo su propia volición o sus cálculos. No obstante, una vez que el espíritu se revela a través de sus augurios, el nagual no escatima nada para satisfacerlo.
– Después de practicar por toda una vida -continuó-, los brujos, en especial los naguales, saben si el espíritu los está, o no los está, invitando a entrar al edificio dispuesto delante de ellos. Han aprendido a disciplinar su vinculo con el intento; de ese modo siempre están prevenidos; siempre saben lo que el espíritu les depara.
Don Juan dijo que el camino de los brujos, en general, es un proceso arduo cuya finalidad es poner en orden al vínculo de conexión. Dijo también que ese vínculo, en el hombre común y corriente, está prácticamente inerte y que los brujos comienzan siempre con algo que no sirve para nada.
Enfatizó que a fin de revivir el vínculo de conexión, los brujos necesitan un propósito extremadamente fiero y riguroso, un estado especial de la mente llamado intento inflexible. El reconocer y aceptar que el nagual es el único capaz de suplir ese intento inflexible es la parte de la brujería que resulta más difícil para los aprendices.
Argüí que yo no veía ninguna dificultad en aceptar eso.
– Un aprendiz es alguien que se esfuerza por limpiar y revivir su vínculo con el espíritu -explicó-. Una vez que ese vínculo revive, no puede continuar siendo un aprendiz; pero hasta ese día, necesita de un propósito indomable, un intento inflexible, del cual carece, por supuesto. Por esa razón, el aprendiz permite que el nagual le proporcione tal propósito y, para hacerlo, tiene que renunciar a su individualidad. Esa es la parte difícil.