Dijo luego que desde el punto de vista del espíritu; a la brujería consiste en limpiar el vinculo que tenemos con él. El edificio que el espíritu empuja delante de nosotros, es en esencia, como una oficina de franquía, en la cual encontramos no tanto los procedimientos para franquear nuestro vinculo con el intento como el conocimiento silencioso que nos permite ganar franquía. Sin ese conocimiento silencioso no habría ningún procedimiento que funcionara.

Explicó que los eventos desencadenados por los brujos con ayuda del conocimiento silencioso son tan sencillos, pero al mismo tiempo de proporciones abstractas tan inmensas, que los brujos decidieron, miles de años atrás, referirse a esos eventos sólo en términos simbólicos. Las manifestaciones y el toque del espíritu eran ejemplos de ello.

Don Juan dijo que, por ejemplo, una descripción de lo que sucede durante el encuentro inicial entre un nagual y su posible aprendiz, desde el punto de vista del brujo, sería absolutamente incomprensible. Sería un perfecto disparate explicar que el nagual, gracias a su gran experiencia, está usando algo para nosotros inimaginable: su segunda atención, un estado de conciencia enriquecido a través de su entrenamiento en la brujería. Y lo está usando para enfocarlo en su invisible vinculo con un abstracto indefinible, con el propósito de hacer evidente el vinculo que tiene la otra persona, el aprendiz, con ese abstracto indefinible.

Comentó que cada uno de nosotros, como individuos, estamos separados del conocimiento silencioso por barreras naturales, propias de cada individuo, y que la más inexpugnable de mis barreras era mi insistencia en hacer aparecer mi holgazanería como independencia.

Lo reté a darme un ejemplo concreto. Le recordé que él mismo me había advertido que una de las estratagemas que ganan debates es emprender críticas en general, que no se pueden apoyar con ejemplos concretos.

Don Juan me encaró con una sonrisa radiante.

– En el pasado, yo te daba plantas de poder -dijo-. Al principio, hiciste lo imposible por convencerte de que lo que experimentabas eran alucinaciones. Después, querías que fueran alucinaciones especiales. Me acuerdo mucho de cómo me burlaba de tu insistencia en llamarlas experiencias alucinatorias didácticas.

Dijo que mi necesidad de demostrar mi ilusoria independencia me forzaba a no aceptar lo que él me decía acerca de esas experiencias: aunque yo mismo silenciosamente sabía lo que él estaba haciendo. Estaba empleando plantas de poder, a pesar de ser medios muy limitados, para mover mi punto de encaje fuera de su posición habitual y hacerme entrar, de ese modo, en parciales y transitorios estados de conciencia acrecentada.

– Utilizaste esa barrera de falsa independencia para explicarte a ti mismo tus experiencias con las plantas de poder -continuó-. La misma barrera sigue funcionando hasta el día de hoy. Ahora, la pregunta es: ¿cómo arreglas tus conclusiones para que tus experiencias actuales encajen dentro de tu esquema de holgazanería?

Le confesé que el único arreglo que me permitía mantener mi falsa independencia era el no pensar acerca de mis experiencias.

La carcajada de don Juan casi lo hizo caer de su silla. Se levantó y caminó para recobrar el aliento. Se sentó de nuevo ya recobrada la compostura. Se alisó el cabello hacia atrás y cruzó las piernas.

Dijo que nosotros, como hombres comunes y corrientes, no sabemos que algo real y funcional, nuestro vínculo con el intento, es lo que nos produce nuestra preocupación ancestral acerca de nuestro destino. Aseguró que, durante nuestra vida activa, nunca tenemos la oportunidad de ir más allá del nivel de la mera preocupación, ya que desde tiempos inmemoriales, el arrullo de la vida cotidiana nos adormece. No es sino hasta el momento de estar al borde de la muerte que nuestra preocupación ancestral acerca de nuestro destino cobra un diferente cariz. Comienza a presionarnos para que veamos a través de la niebla de la vida diaria. Pero por desgracia, este despertar siempre viene de la mano con la pérdida de energía provocada por la vejez. Y no nos queda fuerza suficiente para transformar nuestra preocupación en un descubrimiento positivo y pragmático. A esa altura, todo lo que nos queda es una angustia indefinida y penetrante; un anhelo de algo incomprensible; y una rabia comprensible, por haber perdido todo.

– Me gustan los poemas por muchas razones -dijo-. Una de ellas es porque captan esa preocupación ancestral y pueden explicarlo.

Reconoció que los poetas estaban profundamente afectados por el vínculo con el espíritu, pero que se daban cuenta de ello de manera intuitiva y no de manera deliberada y pragmática como lo hacen los brujos.

– Los poetas no tienen una noción directa del espíritu -continuó-. Esa es la causa por la cual sus poemas realmente no son verdaderos gestos al espíritu, aunque andan bastante cerca.

Tomó uno de mis libros de poesía de la silla próxima a él. Era una colección de poemas escritos por Juan Ramón Jiménez. Lo abrió en una página señalada por un marcador; me lo tendió e hizo señas para que leyera.

¿Soy yo quien anda, esta noche,

por mi cuarto, o el mendigo

que rondaba mi jardín,

al caer la tarde?…

Miro

en torno y hallo que todo

es lo mismo y no es lo mismo…

¿La ventana estaba abierta?

¿Yo no me había dormido?

¿El jardín no estaba verde

de luna?……El cielo era limpio

y azul… Y hay nubes y viento

y el jardín está sombrío…

Creo que mi barba era

negra… Yo estaba vestido

de gris… Y mi barba es blanca

y estoy enlutado… ¿Es mío

éste andar? ¿Tiene esta voz,

que ahora suena en mí, los ritmos

de la voz que yo tenía?

¿Soy yo, o soy el mendigo

que rondaba mi jardín,

al caer la tarde?…

Miro

en torno… Hay nubes y viento…

El jardín está sombrío…

…Y voy y vengo… ¿Es que yo

no me había ya dormido?

Mi barba está blanca… Y todo

es lo mismo y no es lo mismo…

Releí el poema otra vez para mis adentros y capté el estado de impotencia y azoro del poeta. Le pregunté a don Juan si él captaba lo mismo.

– Creo que el poeta siente la presión de la vejez y el ansia que eso produce -dijo don Juan-. Pero eso es sólo una parte. La otra parte, la que me interesa es que el poeta, aunque no mueve nunca su punto de encaje, intuye que algo increíble está en juego. Intuye con gran precisión que existe un factor innominado, imponente por su misma simplicidad que determina nuestro destino.


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