LOS TRUCOS DEL ESPIRITU

V. QUITAR EL POLVO DEL VÍNCULO CON EL ESPÍRITU

El sol aún no había asomado por sobre los picos orientales, pero el día ya estaba caluroso. Al llegar a la primera cuesta empinada del camino, a unos cuantos kilómetros del pueblo, don Juan se detuvo a la vera de la carretera pavimentada. Se sentó junto a unas enormes rocas, arrancadas de la faz de la montaña cuando la dinamitaron para abrir el camino. Me hizo señas para que me sentara a su lado. Por lo general, parábamos ahí para hablar o descansar cuando íbamos en camino a las montañas. Esta vez, don Juan anunció que el viaje sería largo y que hasta podríamos quedarnos en las montañas varios días.

– Hay muchas cosas que discutir -dijo don Juan-, así que vayamos al grano de una buena vez. El tercer centro abstracto se llama los Trucos del Espíritu, o los trucos de lo abstracto, o el acecharse a sí mismo, o el desempolvar el vínculo con el intento.

Me sorprendió la andanada de nombres, pero no dije nada. Esperé a que continuara con su explicación.

– Y otra vez, como en el caso del primer y el segundo centro abstracto, hay una historia básica -continuó-. La historia dice que, después de tocar la puerta del hombre de quien ya hablamos sin tener ningún éxito, el espíritu siguió el único camino posible: el ardid. Después de todo, el espíritu había resuelto sus dificultades anteriores como el hombre por medio del ardid. Era obvio que si quería que ese hombre le prestara atención debía engatusarlo de nuevo. De esa manera, el espíritu empezó a instruirlo en los misterios de la brujería. Y así es como el aprendizaje de la brujería se transformó en lo que es: una ruta de artificio y subterfugio.

– La historia dice que el espíritu engatusó al hombre haciéndolo cambiar una y otra vez de niveles de conciencia, con el fin de explicarle en ambos reinos cómo ahorrar energía y reforzar su vínculo de conexión.

Don Juan me dijo que si aplicábamos esta historia a un ambiente moderno, nos encontraríamos con el caso del nagual, conducto viviente del espíritu, que repite la estructura de este centro abstracto y recurre al artificio y al subterfugio para enseñar.

Dejó de hablar súbitamente y se levantó, luego echó a andar hacia la cordillera de montañas. Aceleré el paso y comenzamos nuestro ascenso.

Muy entrada la tarde alcanzamos la cima de las altas montañas. Aun en esa altitud hacía mucho calor. Durante todo el día seguimos una brecha casi invisible. Por fin llegamos a un pequeño claro. Era un antiguo puesto de vigilancia que dominaba el norte y el oeste.

Nos sentamos ahí y don Juan reanudó la conversación sobre las historias de la brujería. Dijo que yo ya había oído la historia de como el intento se manifestó al nagual Elías y de cómo el espíritu tocó la puerta del nagual Julián. También había oído la historia de cómo él mismo se había hallado con el espíritu, y por cierto, me sabía de memoria la historia de cómo me había yo encontrado con el abstracto. Declaró que todas estas historias poseían la misma estructura, sólo diferían los personajes. Cada historia era una tragicomedia abstracta con un actor abstracto, el intento y dos actores humanos, el nagual y su aprendiz. El guión era el centro abstracto.

Pensé que al fin había comprendido yo lo que era un centro abstracto, pero no podía explicar del todo, ni siquiera a mí mismo, que era lo que yo comprendía; mucho menos, explicárselo a don Juan. Cuando traté de exponer mis pensamientos me encontré balbuceando.

Don Juan parecía estar familiarizado con mi estado mental. Sugirió que reposara y me limitara a escucharlo. Dijo que su siguiente relato trataría sobre el proceso que emplea un nagual para llevar a su aprendiz al reino del espíritu; un procedimiento que los brujos llaman quitar el polvo del vínculo de conexión con el intento.

– Ya te conté la historia de cómo el nagual Julián me llevó a su casa, después de que me hirieron, y cómo cuidó de mi herida hasta recuperarme -continuó don Juan-. Pero nunca te conté cómo le quitó el polvo a mi vínculo con el intento, cómo me enseñó a acecharme a mí mismo.

"Lo primero que hace un nagual con su aprendiz es jugarle una treta; en otras palabras, le da un empellón en su vínculo con el espíritu. Hay dos formas de hacerlo. Una es por medios seminormales, como lo hice contigo, y la otra es directamente por medio de la brujería, como mi benefactor lo hizo conmigo.

Don Juan volvió a contarme cómo su benefactor había convencido a la gente, amontonada a su alrededor, de que él era hijo suyo y que necesitaba llevarlo a casa, porque estaba herido. Pagó a unos hombres para que cargaran a don Juan, inconsciente debido al impacto de la bala y a la pérdida de sangre. Días después, don Juan recobró el conocimiento y se encontró con un indefenso y amable viejecito y su voluminosa esposa cuidando de su herida.

El viejecito dijo que su nombre era Belisario, que su esposa era una famosa curandera y que ambos le estaban curando su herida. Don Juan les dijo que él no tenía dinero para pagarles. Belisario sugirió que cuando se recuperara, se podría arreglar alguna forma de pago.

Don Juan dijo que estaba totalmente confundido, lo que no era nada nuevo para él. En ese entonces, él apenas tenía veinte años. Y era un indio imprudente y musculoso, sin sesos, sin educación y con un carácter horrendo. No tenía ningún concepto de la gratitud. Aunque le parecía que era muy amable de parte del viejo y de su esposa el haberlo ayudado, su intención era esperar hasta que su herida sanara y después esfumarse de la casa sin decir ni gracias ni adiós.

Cuando se recuperó lo suficiente y estaba listo para huir, el viejo Belisario lo llevó a un cuarto vacío y entre susurros temblorosos le reveló que la casa donde estaban no le pertenecía a él sino a un hombre monstruoso que lo tenía a él y a su mujer prisioneros. Le pidió a don Juan que lo ayudara a escapar de su tormento y cautiverio. Antes de que don Juan pudiera responder, un verdadero monstruo, como de un cuento de ogros, se precipitó dentro del cuarto, como si hubiera estado escuchando tras la puerta. Era de un color gris verdusco; tenía la cara de un pez y un solo ojo inmóvil en el medio de la frente. Era tan grande que apenas cabía en el cuarto. Lanzó un zarpazo a don Juan, siseando como una serpiente, listo para deshacerlo. El susto de don Juan fue tan tremendo que se desmayó al instante.

– Fue magistral la manera cómo mi benefactor dio un empellón a mi vínculo con el espíritu -continuó-. Claro está que me había hecho entrar en un estado de conciencia acrecentada antes de la entrada del monstruo y lo que en realidad vi, como si fuera un hombre monstruoso, fue algo que los brujos llaman un ser inorgánico, lo cual es simplemente energía sin forma.

Don Juan dijo que eran incontables las diabluras que su benefactor hizo a sus aprendices, provocando siempre situaciones chistosísimas pero bochornosas para quienes las sufrían, especialmente para él, cuya seriedad y rigidez lo hacían el blanco perfecto para las bromas didácticas de su benefactor. Agregó, como si acabara de ocurrírsele, que, huelga decirlo, su benefactor era quien se entretenía más que nadie con esas bromas.

– Si tú crees que me río de ti, lo cual hago, eso no es nada comparado con la forma en que él se reía de mí -continuó don Juan-. Mi diabólico benefactor había aprendido a llorar cuando quería ocultar su risa. No te puedes imaginar como lloraba al principio de mi aprendizaje.

Continuando con su historia, don Juan señaló que su vida nunca fue la misma tras el espanto de ver a ese hombre monstruoso. Su benefactor se las arregló para que así fuera. Don Juan explicó que una vez que un nagual ha puesto en juego los trucos del espíritu, tiene que hacer lo imposible para mantener a sus discípulos en línea, especialmente a su discípulo nagual. Este esfuerzo para mantenerlos en carril puede tomar dos rumbos. Puede ser muy fácil, porque el aprendiz es tan disciplinado y sensato que su decisión es todo lo que necesita a fin de entrar al mundo de los brujos, como en el caso de la joven Talía; o es la dificilísima labor de convencer a un aprendiz que no tiene ni disciplina ni sensatez.


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