Me aseguró que en su caso, debido a que era un campesino sin prudencia o freno alguno, y sin un solo pensamiento en la cabeza, el proceso de mantenerlo en línea adquirió proporciones grotescas.

Poco después del primer empellón, su benefactor le propinó un segundo empellón al mostrar a don Juan su habilidad para transformarse. Un día, cambió de apariencia y se volvió un hombre joven. Don Juan fue incapaz de concebir esta transformación de otra manera que no fuera un ejemplo del arte de un actor consumado.

– ¿Cómo lograba esos cambios? -pregunté.

– El era las dos cosas, mago y artista -replicó don Juan-. Su magia consistía en transformarse al mover su punto de encaje a la posición que le proporcionaría exactamente el cambio que él deseara. Y su arte era la perfección de sus transformaciones.

– No entiendo muy bien lo que me está usted diciendo -dije.

Don Juan explicó que la percepción es como la bisagra de todo lo que el hombre es y hace, y que la percepción está regida por la ubicación del punto de encaje. Por lo tanto, si el punto de encaje cambia de posición, la percepción del mundo cambia de acuerdo con ella. Es el cambio de percepción lo que trae el cambio de apariencia. El brujo que sabe exactamente dónde poner su punto de encaje puede transformarse en lo que quisiera.

– La pericia del nagual Julián para mover su punto de encaje era tal que podía efectuar las transformaciones más sutiles -continuó don Juan-. El que un brujo se transforme en cuervo, por ejemplo, es definitivamente una gran hazaña, pero requiere un enorme, y por lo tanto, tosco movimiento del punto de encaje. Pero transformarse en un hombre gordo, o en un hombre viejo es algo que requiere el movimiento más sutil del punto de encaje y el conocimiento más sagaz de la naturaleza humana.

– Preferiría no pensar o hablar de esas cosas como si fueran hechos -dije.

Don Juan rió como si yo hubiera dicho algo chistosísimo.

– ¿Cuál era la razón de las transformaciones de su benefactor? -pregunté-. ¿Lo hacía para divertirse?

– No seas estúpido. Los guerreros no hacen nada sólo para divertirse -respondió-. Las transformaciones de mi benefactor eran estratégicas; didácticas por la necesidad, como en el caso de su transformación de viejo a joven. De vez en cuando esas transformaciones tenían consecuencias divertidísimas, pero eso es otro asunto.

Le recordé que yo le había preguntado anteriormente de dónde aprendió su benefactor a efectuar esas transformaciones y que él me había dicho que su benefactor tuvo un maestro, pero no me dijo quién.

– Le enseñó ese misterioso brujo que está bajo nuestra tutela -replicó don Juan lacónicamente.

– ¿Quién es ese misterioso brujo? -pregunté.

– El desafiante de la muerte -dijo, y me miró con aire interrogante.

El desafiante de la muerte era un personaje muy vívido para todos los brujos del grupo de don Juan. Según ellos, el desafiante de la muerte era un brujo que tenía siglos de edad. Había logrado sobrevivir hasta el presente gracias a su habilidad de mover su punto de encaje. Lo movía de una manera específica, dentro de su campo de energía total, a ubicaciones también específicas.

Don Juan me había contado, asimismo, acerca de un acuerdo al que llegaron, siglos atrás, los videntes de su linaje y el desafiante de la muerte. Un acuerdo en virtud del cual el desafiante les proporcionaba dones a cambio de energía vital. Debido a este acuerdo lo tenían bajo su tutela y lo llamaban "el inquilino".

Don Juan me había explicado que los brujos de la antigüedad eran expertos en mover el punto de encaje. Y al moverlo descubrieron cosas extraordinarias sobre la percepción, pero también descubrieron cuán fácil es perderse en aberraciones. La situación del desafiante de la muerte era, para don Juan, un ejemplo clásico de cómo los brujos se pierden en una aberración.

Don Juan acostumbraba repetir, cada vez que era pertinente, que si el punto de encaje es empujado por alguien que no sólo lo ve sino que al mismo tiempo posee la energía suficiente para moverlo, éste se desliza dentro de la bola luminosa a la ubicación que aquel que lo empuja indique. Puesto que su resplandor es suficiente para iluminar los campos filiformes de energía que toca, la percepción resultante es de un nuevo mundo, tan completo como el mundo de nuestra percepción normal. Cordura y fortaleza, por lo tanto, son esenciales en los brujos para tratar con el movimiento del punto de encaje.

Continuando con su relato, don Juan dijo que él no tardó en acostumbrarse a la idea de que el viejecito que le había salvado su vida era en realidad un joven disfrazado de viejo. Pero un día, el joven se convirtió otra vez en el viejo Belisario que don Juan conoció en un principio. Él y su mujer, con gran prisa, empacaron sus cosas y se prepararon para partir. Antes de que don Juan pudiera hablarles, aparecieron, de repente, dos hombres sonrientes con un tiro de mulas y cargaron todo.

Don Juan rió, saboreando su historia. Dijo que mientras los arrieros cargaban las mulas, Belisario se lo llevó a un lado y le hizo notar que él y su esposa estaban disfrazados otra vez. Él era de nuevo un viejo y su bella mujer era nuevamente una india irascible y gorda.

– Yo era un estúpido y estaba en la edad en que sólo lo obvio tiene valor -continuó don Juan-. Tan sólo un par de días antes, había visto su increíble transformación de un viejecillo enteco, de como setenta años, a un vigoroso joven de cerca de veinticinco, y había aceptado la explicación de que su vejez era sólo un disfraz. Su mujer también cambió de una vieja acrimoniosa y gorda a una joven bella y esbelta. Por supuesto, la mujer no se transformó como mi benefactor. El sencillamente cambió mujeres. Escondió a la vieja gorda y sacó a la hermosa. Claro está que me pude haber dado cuenta en ese entonces de todas esas maniobras, pero la sabiduría siempre nos llega gota a gota y muy dolorosamente.

Don Juan dijo que el viejecito lo abrazó para despedirse y le aseguró que su herida estaba curada, a pesar de que todavía no se sentía del todo bien. Después, con una voz que reflejaba una verdadera tristeza le murmuró al oído: "le has gustado muchísimo a ese monstruo; tanto que nos ha dejado en libertad a mí y a mi mujer y te ha tomado a ti como su único sirviente".

– Me hubiera reído de él -dijo don Juan- de no ser por unos espantosos gruñidos de animal y un ensordecedor traqueteo de objetos que provenía de las habitaciones del monstruo.

Los ojos de don Juan brillaban de deleite. Yo quería permanecer serio, pero no podía contener la risa.

Belisario, consciente del estado de pavor de don Juan, se disculpó repetidas veces por el giro del destino que lo había liberado a él y había hecho prisionero a don Juan. Chasqueó la lengua en señal de disgusto y maldijo al monstruo. Con lágrimas en los ojos, enumeró todos los quehaceres que el monstruo exigía todos los días. Y cuando don Juan protestó, Belisario le confió en voz baja, que no había forma de escapar, porque el monstruo además era un brujo sin par.

Don Juan le rogó a Belisario que le recomendara qué hacer, y Belisario le dio una larga explicación sobre el hecho de que los planes sólo sirven para lidias con seres humanos comunes y corrientes. En el contexto humano, por lo tanto, podemos conspirar y planear, y dependiendo de la suerte, aparte de nuestra astucia y dedicación, podemos triunfar. Pero ante lo desconocido, específicamente en la situación de don Juan, la única esperanza de sobrevivir consistía en aceptar y comprender.

Belisario le confesó a don Juan, en un murmullo apenas audible, que con objeto de asegurarse de que el monstruo nunca lo perseguiría, se iba al estado de Durango para aprender brujería. Le preguntó a don Juan si él consideraría lo mismo: la posibilidad de aprender brujería para liberarse del monstruo. Y don Juan, horrorizado ante el mero pensamiento de la brujería, dijo que no quería tener nada con los hechiceros.


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