Explicó que los poetas, sin saberlo, anhelan el mundo de los brujos. Como no son brujos, ni están en el camino del conocimiento, lo único que les queda es el anhelo.

– Veamos si puedes sentir lo que te estoy diciendo -dijo entregándome un libro de poemas de José Corostiza.

Lo abrí adonde estaba marcado y él me señaló el poema que le gustaba.

…este morir incesante,

tenaz, esta muerte viva,

¡oh Dios! que te está matando

en tus hechuras estrictas,

en las rosas y en las piedras,

en las estrellas ariscas

y en la carne que se gasta

como una hoguera encendida,

por el canto, por el sueño,

por el color de la vista.

…que acaso te han muerto allá

siglos de edades arriba,

sin advertirlo nosotros,

migajas, borra, cenizas

de ti, que sigues presente

como una estrella mentida

por su sola luz, por una

luz sin estrella, vacía,

que llega al mundo escondiendo

su catástrofe infinita.

– Al oír el poema -dijo don Juan una vez que hube terminado de leer-, siento que ese hombre está viendo la esencia de las cosas y yo veo con él. No me interesa de qué trata el poema. Sólo me interesan los sentimientos que el anhelo del poeta me brinda. Siento su anhelo y lo tomo prestado y torno prestada la belleza. Y me maravillo ante el hecho de que el poeta, como un verdadero guerrero, la derroche en los que la reciben, en los que la aprecian, reteniendo para si tan sólo su anhelo. Esa sacudida, ese impacto de la belleza, es el acecho.

Su explicación tocó una cuerda extraña en mí y me conmovió muchísimo.

– ¿Diría usted, don Juan, que la muerte es el único enemigo real que tenemos? -le pregunté, un momento después.

– No -dijo con convicción-. La muerte no es un enemigo, aunque así lo parezca. La muerte no es nuestra destructora, aunque así lo pensemos.

– ¿Qué es, entonces? -pregunté.

– Los brujos dicen que la muerte es nuestro único adversario que vale la pena -respondió-. La muerte es quien nos reta y nosotros nacemos para aceptar ese reto, seamos hombres comunes y corrientes o brujos. Los brujos lo saben; los hombres comunes y corrientes no.

– Si alguien me lo preguntara, yo diría que la vida es un reto, don Juan, no la muerte -dije.

– Como nadie te lo va a preguntar sería mejor que ni lo dijeras -replicó y soltó una carcajada-. La vida es el proceso mediante el cual la muerte nos desafía -agrego en un tono más serio-. La muerte es la fuerza activa. La vida es sólo el medio, el ruedo, y en ese ruedo hay únicamente dos contrincantes a la vez: la muerte y uno mismo.

– Yo diría, don Juan, que nosotros los seres humanos somos los retadores -argüí.

– De ningún modo -replicó-. Nosotros somos seres pasivos. Piénsalo. Si nos movemos es debido a la presión de la muerte. La muerte marca el paso a nuestras acciones y sentimientos y nos empuja sin misericordia hasta que nos derrota y gana la contienda. O hasta que nosotros superamos todas las imposibilidades y derrotamos a la muerte.

"Los brujos hacen eso; derrotan a la muerte y ésta reconoce su derrota dejándolos en libertad, para nunca retarlos más.

– ¿Significa esto que los brujos se vuelven inmortales? -pregunté.

– No. No significa eso -respondió-. La muerte deja de retarlos, eso es todo.

– Pero, ¿qué quiere decir eso, don Juan? -pregunté.

– Quiere decir que el pensamiento ha dado un salto mortal a lo inconcebible -dijo.

– ¿Qué es un salto mortal del pensamiento a lo inconcebible? -pregunté, tratando de no parecer belicoso-. El problema entre nosotros dos don Juan, es que no compartimos los mismos significados.

– No, eso no es verdad -protestó don Juan-. Tú entiendes bien lo que quiero decir. El que tú exijas una explicación racional de un salto mortal del pensamiento a lo inconcebible es una grosería. Tú sabes exactamente de qué se trata.

– No, le aseguro que no lo sé -dije.

Y en ese momento me di cuenta de que sí lo sabía, o más bien intuí que sabía lo que significaba. Una parte de mí podía trascender mi racionalidad y, sin entrar en un nivel puramente metafórico, entender y explicar lo que era un salto mortal del pensamiento a lo inconcebible. El problema era que esa parte de mí no era lo suficientemente fuerte como para emerger a voluntad.

Cuando le expliqué esto a don Juan, él comentó que mi conciencia de ser era como un yoyo. Algunas veces se elevaba, como en ese momento, hasta un punto alto y eso me daba un extraño dominio sobre mí mismo, mientras que otras veces descendía, convirtiéndome en un idiota racional, o simplemente se quedaba estacionada en un miserable punto medio donde yo no era ni chicha ni limonada.

– Un salto mortal del pensamiento a lo inconcebible -explicó, con aire de resignación- es el descenso del espíritu, el acto de romper nuestras barreras perceptuales. Es el momento en el que la percepción del hombre alcanza sus límites. Los brujos practican el arte de enviar precursores, exploradores de vanguardia a que sondeen nuestros límites perceptuales. Esta es otra razón por la que me gustan los poemas. Los considero exploradores. Pero como ya te dije, los poetas no saben con tanta exactitud como los brujos lo que estos exploradores de vanguardia pueden lograr.

Don Juan dijo que teníamos muchas cosas que discutir y me preguntó si quería ir al centro, a la plaza, a dar un paseo. Yo me encontraba en un estado de ánimo muy peculiar. Algo más temprano había notado un retraimiento en mí que iba y venía. Al principio, pensé que era el cansancio físico que nublaba mis pensamientos. Pero mis pensamientos eran claros como el agua. Esto me convenció de que lo que sentía era un resultado de mi cambio a la conciencia acrecentada.

Al caer la tarde, salimos de la casa y fuimos a la plaza del pueblo. Allí, me apresuré a preguntarle a don Juan, antes de que él tuviera la oportunidad de decir cualquier otra cosa, a qué se debía mi estado de ánimo. Lo atribuyó a un desplazamiento de energía. Me explicó que al limpiarse, al aclararse el vínculo de conexión con el intento, la energía que de ordinario era utilizada para enturbiarlo y mantener fija su posición en el sitio habitual se liberaba y se concentraba de manera automática en el vínculo mismo. Me aseguró que no había técnicas preconcebidas o maniobras que un brujo pudiera aprender con anticipación para mover esa energía. Más bien, era cuestión de un desplazamiento automático e instantáneo que sucedía una vez que se había alcanzado un determinado grado de pericia.

Le pregunté cuál era ese grado de pericia. Me dijo que los brujos lo llamaban "el puro entendimiento". La comprensión proporcionaba el impulso. Para lograr ese desplazamiento instantáneo de energía se requería una conexión clara y límpida con el intento y, para obtener una conexión clara y límpida, todo lo que se necesitaba era intentarla mediante el puro entendimiento.

Naturalmente, quise que me explicara "el puro entendimiento". Él río y se sentó en una banca.

– Voy a decirte algo fundamental acerca de los brujos y sus actos de brujería -continuó-. Algo acerca del salto mortal del pensamiento a lo inconcebible. Quizás esto te dé la clave para comprender el puro entendimiento.

Dijo que algunos brujos se dedicaban a relatar historias. El narrar historias era para ellos no sólo el explorador de vanguardia que sondeaba sus límites perceptuales, sino también su camino a la perfección, al poder, al espíritu, al puro entendimiento. Guardó silencio por un momento; era obvio que buscaba un ejemplo apropiado. Me recordó que los indios yaquis poseían una colección oral de eventos históricos que ellos llamaban "fechas memorables". Yo sabía que las fechas memorables eran una compilación de relatos orales de su historia como nación en pie de guerra contra los invasores de su tierra: los españoles primero, los mexicanos después. Don Juan dijo de manera enfática, siendo él mismo un indio yaqui, que las fechas memorables constituían un acopio de sus derrotas y de su desintegración.


Перейти на страницу:
Изменить размер шрифта: