Ella baja la vista y mira fijamente la hoja de anotación vacía que tiene delante.

– ¿Qué? -le pregunto-. Dilo.

Pero todo lo que hace es seguir mirando aquella hoja. No puedo creerlo.

– ¿Así son las cosas, eh? Ahora, de pronto, ¿vuelvo a estar yo solo?

– No, para nada -me replica-. Te he dicho que nunca haría eso… Sólo es que… -Se corta, pero finalmente se vuelve hacia mí-. ¿No lo entiendes, Michael? Si yo me meto, sólo sirve para empeorar las cosas.

– ¿Pero de qué me hablas?

– ¿Comprendes siquiera lo que pasaría si descubrieran que salimos juntos?

¿Acaba de decir que salimos juntos?

– Acabarían contigo, Michael. Pondrían tu foto en primera página, hablarían con cada profesor o enemigo que hayas tenido, y te comerían vivo… sólo por ver si eres lo bastante bueno para mí. Ya viste cómo destrozaron a mi último novio. Después de tres semanas de tener a los periodistas a sus talones, me llamó y me dijo que le estaba saliendo una úlcera y rompimos.

Comprendo que éste no es momento para distraerse, pero no puedo dejar de sonreír.

– ¿Entonces ahora yo soy tu novio?

– No cambies de tema. Aunque yo apareciera y me llevase mi parte, no dejarían de machacarte a ti.

Me detengo a mitad de paso, muy cerca de la mesa de anotaciones.

– ¿Cómo lo sabes? ¿Te lo dijo alguien? -No hace falta que me lo diga… ya sabes cómo funciona. Por mucho que odie admitirlo, en eso tiene razón. Cada vez que cae un pez gordo, cualquiera que esté cerca del epicentro se va con él. Aunque yo fuera inocente, el público necesita pensar que se ha limpiado la casa.

Cierro los ojos y me los cubro con la mano con la esperanza de obtener una cierta distancia. Durante los dos días pasados, siempre quedaba al menos una salida clara: sacrificar a Nora y salvarme a mí mismo. Pero una vez más, con Nora nunca nada es tan simple. Aunque la entregue a ella, seguirán colgándome a mí a la vista de todos. -¡Mierda!

Mi exclamación rueda por la pista, pero Nora no levanta los ojos. Con la cabeza baja y las manos detrás de las rodillas, vuelve a ser la niña pequeña. Tampoco es fácil para ella. Y sabe que esta vez me ha metido a mí. Es la lucecita al final del túnel: no está preocupada sólo por ella, está preocupada por mí.

– Michael, te lo juro, si hubiera sabido que sería así, nunca hubiera.

– No hace falta que lo digas, Nora.

– No. Sí. Pase lo que pase, fui yo la que te metió en esto y yo te sacaré.

Hay fuerza en sus palabras, pero yo sigo notando su miedo. Mantiene los ojos fijos en el suelo de la pista de bolos. Su propia pista de bolos. Ella tiene mucho más que perder.

– ¿Estás segura de que quieres correr ese riesgo, Nora?

Levanta los ojos hacia mí lentamente. Lleva desde que la dejé la otra noche decidiendo eso. Sus manos continúan metidas nerviosamente detrás de la rodilla. Pero su respuesta surge tan rápido como su sonrisa.

– Yea -dice, asintiendo con la cabeza-. Sin dudarlo.

Por mi mente corren todas las razones para alejarme de ella que me dieron Pam y Trey. Y todas las explicaciones freudianas baratas de por qué no lo haría: mi necesidad de proteger, mi necesidad de ayudar a mi padre, mi necesidad de entrar de algún modo por la pista interna hacia el Presidente… Pero estando aquí de pie mirando a Nora, no hay más que una cosa que tiene auténtico sentido. Y no son como antes esas cosas estúpidas del estilo de cómo me mira o cómo dice mi nombre. Tampoco sobre lo mucho que me necesita, ni siquiera por quién es. Al final, ahora que lo entiendo todo, se trata de lo que Nora Hartson está dispuesta a dejar -por mí- para hacer las cosas bien.

– Yo te sacaré -repite, confiada-. Yo te…

– Nosotros -la interrumpo-. Nos metimos los dos. Saldremos los dos. -Tomo asiento junto a ella y le pongo una mano en el hombro. Es lo mismo que con mi padre, hay veces que el único modo de resolver problemas es recordar cómo nos metimos en ellos. Y aunque no es que me guste, precisamente… con mi familia… no conozco ningún otro modo de vivir.

Nora vuelve a levantar la cabeza. Una sonrisa suave le ilumina las mejillas.

– De todos modos, ¿sabes?, no soporto los románticos.

– Yo tampoco. Los odio con pasión -le replico. Tiene la respuesta lista, pero no le dejo meterla. El único modo de salir de la jaula es descubrir lo que realmente sucedió-. ¿Y qué hay de tus guardaespaldas? ¿Les has contado lo que pasa?

– ¿A esos tipos? Sólo trabajan los fines de semana. Les conté que habíamos salido juntos y tú me habías cabreado. Se piensan que es una pelea. ¿Por qué? ¿Se lo contaste tú a tu novia Pam?

– ¿Qué sabes tú de Pam?

– Te he investigado, Garrick. Yo no salgo con cualquier paria del edificio.

– No es mi novia -añado.

– Eso no es lo que ella cree, Romeo. -Se levanta del asiento, se dirige hacia la pista y lanza una bola imaginaria-. ¿Sabes que Nixon solía bajar aquí y hacerse diez partidas una tras otra? ¿Esto es un psiquiátrico o qué?

Mientras lanza la pregunta, no puedo dejar de notar lo rápido que cambia de estado de ánimo. En unos segundos es otra persona. Y otra vez tengo presente que nunca he conocido a nadie que logre hacer que me sienta tan viejo y tan joven al mismo tiempo.

– Entonces qué, ¿se lo dijiste a Pam?

– Sí… -vacilo-. No tenía nadie más con quien hablar, así que…

– No te disculpes. Chris dice que yo tendría que haberte hablado antes.

– ¿Se lo has dicho a tu hermano?

– Es de la familia, y uno de los pocos que sabe llevarlo. -Lanza otra bola imaginaria por la pista.

Señalándole el estante de bolas, le digo:

– Las de verdad las tienes justo detrás de ti, ¿sabes?

– Odio los bolos -dice como al descuido después de mirarme con esos ojos que te penetran-. Ahora cuéntame lo que pasó cuando fuiste a verla.

– ¿Caroline?

– No, esa otra muerta que también tenía treinta mil en la caja fuerte. Pues claro que Caroline, naturalmente.

Expongo rápidamente todos los detalles importantes.

– ¿De manera que Simon te lo colgó a ti? -me pregunta cuando termino-. Olvídate de la brutalidad de Washington, ese tipo es puro Hollywood.

– Eso como mínimo. No nos olvidemos de que puede que la haya matado él.

– ¿Tú no crees que fuera un ataque al corazón?

– Supongo que puede haberlo sido… pero… con todo lo que hay en marcha, me parece demasiada coincidencia.

– Puede ser -empieza ella-. Pero te sorprendería saber por qué suceden muchas cosas… especialmente por aquí.

No estoy muy seguro de a qué se refiere pero no me va a dar la oportunidad de preguntarle.

– Suponiendo que fuera Simon -continúa-, ¿por qué crees que lo haría?

– Tiene que tener algo que ver con ese dinero.

– ¿Sigues convencido de que está vendiendo secretos?

– No sé. Cuando vendes secretos, sueltas información. Y allí no había más que billetes… los mismos billetes que estaban en la caja fuerte de Caroline.

– ¿Entonces crees que le hacían chantaje?

– ¿Un hombre casado en un bar gay? Tú viste su expresión allí dentro. Me daba la impresión de controlarlo, estaba asustado. Si querías control, hablabas con Caroline.

– Ya veo adonde quieres ir a parar. La chantajista es Caroline y Simonía mató para quedarse tranquilo.

– Ella era la única que tenía acceso a todas las informaciones personales. Y disfrutaba con ello. Tendrías que haber visto cómo vino por mí. -Mirando al fondo de la pista, tengo una visión lateral que me permite ver los diez bolos-. Sólo hay una cosa que no encaja: si el chantaje lo hacía Caroline, ¿por qué Simon no volvió a coger el dinero cuando la mató?

Una vez más, Nora encuentra su sonrisa sombría. Menea la cabeza como si me estuviese dejando algo de lado.

– Puede que no supiera la combinación de la caja fuerte. Puede que no quisiera que lo pillaran con él. Y por lo que sabemos, puede que fuera realmente un ataque al corazón. O mejor aún, con su historia falsa, puede que sea la mejor manera de echarte la culpa a ti. Si nos vio la otra noche, sin duda también puede haber visto a los polis. Así que ahora cambia toda la trama. Los diez mil que confiscaron los guardias sólo eran una cuarta parte. El resto se lo diste a Caroline por su silencio. La numeración consecutiva de los billetes lo demuestra. El chantaje te lo hacían a ti. Tú eres el que tiene el dinero. Tú la mataste.


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