Capítulo 7

En la sala de conferencias principal de las oficinas de Tylery Stone, en el centro de Manhattan, acababa de terminar la presentación en vídeo de los últimos acuerdos comerciales y las estrategias legales para la compra de CyberCom. Sidney detuvo el vídeo y la pantalla recuperó su suave color azul. Observó las caras de las quince personas presentes, la mayoría hombres blancos en la cuarentena, que miraban ansiosas al hombre sentado en la cabecera. El grupo llevaba reunido horas y se palpaba la tensión.

Nathan Gamble, el presidente de Tritón Global, era un hombre con el pecho como un tonel, de mediana estatura, unos cincuenta y cinco años de edad y el pelo salpicado de gris peinado hacia atrás con una abundante cantidad de gomina. El costoso traje cruzado que vestía estaba hecho a la medida para acomodarlo a su cuerpo fornido. Tenía el rostro surcado de profundas arrugas y la piel mostraba un bronceado artificial. Su voz de barítono era autoritaria. Sidney se lo imaginó vociferando a sus temerosos subordinados en las salas de conferencias. Desde luego, era un hombre que sabía representar su condición de cabeza de una poderosa multinacional.

La mirada de los ojos castaño oscuro sombreados por las gruesas cejas canosas no se apartaba de Sidney, que le devolvió la mirada.

– ¿Tiene alguna pregunta, Nathan?

– Sólo una.

Sidney se preparó. Se lo veía venir.

– ¿Cuál es? -preguntó con un tono amable.

– ¿Por qué demonios hacemos esto?

Todos los presentes en la sala, excepto Sidney Archer, torcieron el gesto como si de pronto se hubiesen sentado sobre un alfiler gigante.

– Creo que no he entendido su pregunta.

– Claro que sí, a menos que sea estúpida, y sé que no lo es -replicó Gamble en voz baja y las facciones inescrutables a pesar de lo incisivo del tono.

Sidney se mordió la lengua para no decir una tontería.

– ¿Supongo que no quiere venderse para poder comprar CyberCom?

Gamble echó una ojeada alrededor de la mesa antes de responder.

– He ofrecido una suma astronómica por esa compañía. Al parecer, no satisfechos con obtener unas ganancias del diez mil por cien sobre la inversión, ahora quieren revisar mis cuentas. ¿Correcto? -Miró a Sidney en busca de una respuesta. La joven asintió en silencio, y Gamble continuó-: He comprado un montón de compañías y nadie antes me pidió esos informes. Ahora CyberCom los quiere. Lo que me lleva a mi primera pregunta: ¿por qué hacemos esto? ¿Por qué demonios CyberCom es especial? -Su mirada volvió a recorrer a todos los presentes antes de clavarse una vez más en Sidney.

Un hombre sentado a la izquierda de Gamble se movió. Hasta el momento, toda su atención había estado puesta en la pantalla del ordenador portátil que tenía delante. Quentin Rowe, el jovencísimo presidente de Tritón y el segundo de Nathan Gamble. Mientras los demás hombres presentes vestían trajes, él llevaba pantalones caqui, viejos zapatos náuticos, una camisa vaquera y un chaleco marrón. En el lóbulo de la oreja izquierda tenía clavados dos diamantes. Su atuendo era el apropiado para aparecer en la cubierta de un álbum y no en una sala de juntas.

– Nathan, CyberCom es especial -dijo Rowe-. Sin ellos, dentro de un par de años estaremos fuera del negocio. La tecnología de CyberCom lo reinventará todo de arriba abajo, y después dominará todo el procesamiento de la información por Internet. Y en lo que respecta al negocio de la alta tecnología eso es como Moisés bajando de la montaña con los diez mandamientos: no hay alternativa. -El tono de Rowe era cansado pero con una cierta estridencia. No miró a su jefe.

Gamble encendió un puro y apoyó como con descuido el lujoso encendedor contra una pequeña placa de latón que ponía NO FUMAR.

– Sabes, Rowe, ese es el problema con todas estas movidas de la alta tecnología: te levantas por la mañana siendo el rey del cotarro y a la noche eres un mierda. No tendría que haberme metido nunca en este maldito negocio.

– Vale, pero si lo único que te interesa es el dinero, piensa que Tritón es la compañía que domina la tecnología a nivel mundial y genera más de dos millones de dólares de beneficios al año -le contestó Rowe.

– Y más mierda para mañana por la noche. -Gamble miró de reojo a Rowe y soltó una bocanada de humo.

Sidney Archer anunció su intervención con un carraspeo.

– No si compras CyberCom, Nathan. -Gamble se volvió para mirarla-. Estarás en la cumbre durante los próximos diez años y triplicarás las ganancias en los primeros cinco.

– ¿De veras? -Gamble no parecía convencido.

– Ella tiene razón -señaló Rowe-. Tienes que comprender que nadie, hasta el momento, ha conseguido diseñar el software y los periféricos de comunicación que permitan al usuario obtener el máximo rendimiento de Internet. Todos se han arruinado en el intento. CyberCom lo ha conseguido. Por eso hay esta guerra tan terrible por hacerse con la compañía. Nosotros estamos en la posición adecuada para acabar con ella. Tenemos que hacerlo o también nos hundiremos.

– No me gusta que miren nuestras cuentas. Y se acabó. Somos una compañía privada en la que yo soy el principal accionista. Y el dinero en mano es el que manda. -Gamble miró con dureza a los dos jóvenes.

– Serán sus socios, Nathan -dijo Sidney-. No cogerán su dinero y se largarán como ocurrió en las otras compañías que ha comprado. Quieren saber en qué se meten. Tritón no cotiza en bolsa, así que no pueden ir al registro y pedir la información que quieren. Es una diligencia razonable. Se lo han pedido a todos los demás ofertantes.

– ¿Ha presentado mi última oferta en efectivo?

– Sí -contestó Sidney.

– Se mostraron muy impresionados y reiteraron la petición de los informes financieros de la compañía. Si se los damos, mejoramos un poco la oferta y redondeamos algunos incentivos, creo que cerraremos el trato.

– No hay ni una sola compañía que pueda tocarnos y ahora esa mierda de CyberCom quiere controlarme -gritó Gamble con la cara roja como un tomate mientras se levantaba.

– Nathan, sólo es un mero trámite. No tendrán ningún problema con Tritón; los dos lo sabemos. Acabemos con esto. No es que los registros no estén disponibles. Están mejor que nunca -dijo Rowe, visiblemente frustrado-. Jason Archer se encargó de la reorganización y ha hecho un trabajo estupendo. Un depósito lleno de papeles sin orden ni concierto. Todavía no me lo puedo creer. -Miró a Gamble con desprecio.

– Por si lo has olvidado, yo estaba demasiado ocupado ganando dinero como para perder el tiempo con un montón de papeles, Rowe. El único papel que me interesa es el de los billetes.

Rowe no hizo caso de la réplica de Gamble.

– Gracias al trabajo de Jason la diligencia se puede cumplir casi de inmediato. -Apartó con la mano el humo que el otro le echaba a la cara.

– ¿De veras? -Gamble miró furioso a Rowe y después repitió el gesto con Sidney-. A ver, ¿puede decirme alguien por qué no está presente Archer?

Sidney se puso pálida y, por primera vez en todo el día, se quedó sin respuestas.

– Jason se tomó unos días libres -intervino Rowe.

– De acuerdo, a ver si podemos hablar con él por teléfono y así sabremos a qué atenernos. -Se masajeó las sienes-. Quizá tengamos que darle una parte a CyberCom, o quizá no, pero no quiero darles nada que no sea estrictamente imprescindible. ¿Qué pasará si no cerramos el trato? ¿Qué pasará? -Miró furioso a todos los presentes.

– Nathan, nos ocuparemos de que un equipo de abogados revise cada uno de los documentos antes de entregárselos a CyberCom -le tranquilizó Sidney.

– Muy bien, pero ¿hay alguien que conozca mejor los registros que su marido? -Gamble miró a Rowe para que le diera la respuesta.

El joven encogió los hombros.

– Ahora mismo, no hay otro.

– Entonces, llámalo.

– Nathan…


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