Vanessa descubrió que no le importaba estar a solas en la casa. Después de que Brady la dejara allí, se puso unos vaqueros y una camiseta. Quería pasar el día tocando el piano, preparando sus clases, practicando y, si se lo permitía su estado de ánimo, componiendo.

Cuando estaba de gira no había tenido mucho tiempo para componer, pero, en aquellos momentos, tenía todo el verano por delante. Aunque diez horas de su semana estuvieran ocupadas por las clases y otras tantas en prepararlas, tenía tiempo de sobra para disfrutar de lo que más le gustaba. De su primer amor.

«Mi primer amor», repitió, con una sonrisa. No era la composición, sino Brady. Él era su primer amor. Su primer amante, y lo más probable que también el último.

Él la amaba o, al menos, creía que lo hacía. Jamás hubiera empleado aquellas palabras si no hubiera estado seguro de ello. Ella no podía ser menos. Tenía que asegurarse de lo que era mejor para sí misma, para él y para todos antes de poner en peligro su corazón con tan sólo dos palabras.

Cuando se las dijera, Brady no la dejaría escapar nunca más. Por mucho que él hubiera suavizado su carácter a lo largo de los años, por muy responsable que fuera, seguía habiendo en él una gran parte del muchacho salvaje y decidido que había sido. Sabía que aquello pertenecía al pasado, que en el pasado habían cometido errores y, precisamente por eso, no estaba dispuesta a arriesgar el futuro.

No quería pensar en el mañana. Todavía no. Quería tan sólo disfrutar del presente.

El teléfono comenzó a sonar justo cuando se dirigía hacia el cuarto de música. Dudó si contestar o no, pero, cuando sonó por quinta vez, cedió y fue a responder.

– ¿Sí?

– Vanessa, ¿eres tú?

– Sí. ¿Frank? -preguntó. Había reconocido la voz del devoto ayudante de su padre.

– Sí, soy yo…

– ¿Cómo estás, Frank?

– Bien, bien. ¿Cómo estás tú?

– Yo también estoy bien -respondió-. ¿Cómo va tu nuevo protegido?

– ¿Te refieres a Francesco? Es brillante. Muy temperamental, por supuesto. Arroja cosas, pero, después de todo, es un artista. Va a tocar en Cordina.

– ¿En la gala a beneficio de la princesa Gabriella? ¿Para ayudar a los niños discapacitados?

– Sí.

– Estoy segura de que lo hará estupendamente.

– Por supuesto. Sin duda. Sin embargo, la princesa… esta muy desilusionada de que no vayas a tocar tú. Me ha pedido personalmente que te convenza para que reconsideres tu postura.

– Frank…

– Por supuesto, te alojarías en el palacio. Es un lugar increíble.

– Sí, lo sé, Frank. Todavía no he decidido si voy a volver a actuar.

– Sabes que no lo dices en serio, Vanessa. Con tus dotes…

– Efectivamente, con mis dotes -replicó ella, con impaciencia-. Creo que ya va siendo hora de que nos demos todos cuenta de que son mías.

Frank guardó silencio durante un instante.

– Sé que tu padre se mostró a menudo muy insensible sobre tus necesidades personales, pero fue sólo porque era muy consciente de la profundidad de tu talento.

– No tienes que explicarme cómo era mi padre, Frank.

– No, no… Claro que no…

Vanessa lanzó un suspiro. No era justo emplear a Frank Margoni como chivo expiatorio de sus frustraciones, tal y como había hecho siempre su padre.

– Entiendo la situación en la que te encuentras, Frank, pero ya le he enviado mis disculpas, junto con una donación, a la princesa Gabriella.

– Lo sé. Por eso se ha puesto en contacto conmigo. No podía hacerlo contigo directamente. Por supuesto, no soy tu mánager oficialmente, pero la princesa conoce los vínculos que hay entre nosotros y…

– Si decido volver a hacer una gira, Frank, espero que tú te encargues de organizármela.

– Te lo agradezco mucho, Vanessa -comentó Frank, algo más alegre-, y me doy cuenta de que necesitas un poco de tiempo para ti misma. Sé que los últimos años han sido un tormento. Sin embargo, esa gala es muy importante…Y la princesa es muy testaruda.

– Sí, lo sé.

– Sólo sería una actuación -prosiguió Frank, viendo una salida-. Ni siquiera sería un concierto completo. Tendrás carta blanca sobre tu programa. Les gustaría que tocaras dos piezas, pero hasta una sería muy bienvenida. Tu nombre en el programa supondría tanto para esos niños… Es una causa muy noble.

– ¿Cuándo es esa gala?

– El mes que viene.

– El mes que viene… Pero si ya estamos prácticamente en el mes que viene, Frank.

– Es el tercer sábado de junio.

– Dentro de tres semanas… Está bien. Lo haré. Por ti y por la princesa Gabriella.

– Vanessa, no sabes lo mucho que te…

– Por favor, no. Sólo será una noche.

– Puedes quedarte en Cordina todo lo que desees.

– Una noche -reiteró ella-. Envíame los detalles a esta dirección y saluda a Su Alteza de mi parte.

– Lo haré, por supuesto. Estará encantada. Todos estarán encantados. Gracias, Vanessa.

Ella colgó el teléfono. Permaneció de pie, en silencio. Era muy extraño, pero no se sentía tensa y estregada al pensar que tenía una actuación tan importante. El teatro de Cordina era exquisito y enorme.

¿Qué ocurriría si volvía a sentir pánico? Lo superaría. Siempre lo había hecho. Tal vez el destino le había hecho recibir aquella llamada, cuando estaba dudando sobre una línea invisible. Seguir hacia delante o permanecer allí.

Tendría que tomar una decisión muy pronto. Sólo esperaba que fuera la adecuada.

Estaba tocando el piano cuando Brady regresó. Él oyó la música desde el exterior, romántica y poco familiar, a través de las ventanas abiertas. Tal era la magia que desprendía aquel momento que una mujer y un niño estaban en la acera, escuchando.

Vanessa le había dejado la puerta abierta. Sólo tenía que empujarla un poco para entrar. Avanzó sigilosamente. Le parecía que estaba caminando sobre notas líquidas.

Vanessa no lo vio. Tenía los ojos medio cerrados y una sonrisa en el rostro. Era como si las imágenes que estaba visualizando en el interior de su cabeza le fluyeran a través de los dedos para apretar las teclas del piano.

La música era lenta, soñadora, enriquecida por una pasión latente. Brady sintió que se le hacía un nudo en la garganta.

Cuando Vanessa terminó, abrió los ojos y lo miró. De algún modo, había sabido que estaría allí cuando sonara la última nota.

– Hola.

Brady avanzó y le tomó las manos.

– Hay tanta magia en estos dedos… Me deja atónito.

– Son sólo manos de pianista. Las tuyas sí que son mágicas. Son capaces de curar.

– Había una mujer en la calle con un niño. Los vi cuando llegué a la casa. Te estaban escuchando y la mujer tenía lágrimas en las mejillas.

– Entonces, no puede haber mayor cumplido. ¿Te ha gustado?

– Mucho. ¿Cómo se llama?

– No lo sé. Es algo en lo que llevo algún tiempo trabajando. Nunca me pareció bien hasta hoy.

– ¿Lo has compuesto tú? -preguntó él, atónito-. No sabía que también compusieras música.

– Espero hacerlo más en el futuro. Bueno -dijo Vanessa. Tiró de él para que se sentara a su lado sobre el taburete del piano-. ¿No vas a saludarme con un beso?

– Por supuesto -contestó. La besó muy cálidamente-. ¿Cuánto tiempo llevas componiendo?

– Varios años… cuando he podido conseguir tiempo. Entre viajes, ensayos, prácticas y actuaciones, no ha sido mucho.

– Nunca has grabado ninguna pieza propia.

– En realidad no he terminado nada. Yo… ¿Cómo lo sabes? -preguntó, atónita.

– Tengo todo lo que has grabado, pero háblame de tus composiciones.

– ¿Y qué quieres que te diga?

– ¿Te gusta?

– Me encanta. Es lo que más me gusta.

– Entonces, ¿por qué no has terminado nada? -quiso saber Brady. No había dejado de juguetear con los dedos de Vanessa.

– Ya te he dicho que no he tenido tiempo. Ir de gira no es sólo tomar champán y caviar, ¿sabes?


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