– No, gracias. Estoy bien.

– ¿Hay niños en la casa? -inquirió Rider.

– No, nosotros… no tenemos hijos. ¿Sabe lo que pasó? ¿Le robaron?

– Eso es lo que estamos intentando averiguar -dijo Bosch.

– Sí, claro… ¿Sufrió mucho?

– No, nada -le aseguró Bosch.

Bosch recordó las lágrimas en los ojos de Tony Aliso, pero decidió no mencionarlas.

– Debe de ser difícil, su trabajo -comentó ella-. Dar estas noticias a la gente…

Bosch asintió y desvió la mirada. Por un momento recordó el viejo chiste sobre la manera más fácil de notificar un homicidio al familiar más cercano de la víctima. Cuando la señora Brown abre la puerta, le preguntas: «¿Es usted la viuda de Brown?».

Bosch volvió su atención a la viuda de Aliso.

– ¿Por qué ha preguntado si fue en Las Vegas?

– Porque había ido allí.

– ¿Cuánto tiempo?

– No lo sé. Anthony nunca sabía cuándo iba a volver; compraba billetes abiertos para poder regresar cuando quisiera. Volvía en cuanto le cambiaba la suerte. A peor, claro.

– Nosotros creemos que llegó a Los Ángeles el viernes por la noche, pero su coche no ha aparecido hasta hoy. Eso son dos días. ¿Trató usted de comunicarse con él durante ese tiempo?

– No. Casi nunca hablábamos cuando él estaba en Las Vegas.

– ¿Y con qué frecuencia iba?

– Una o dos veces al mes.

– ¿Y cuánto se quedaba?

– De dos días a una semana. Ya le he dicho que dependía de cómo le fueran las cosas.

– ¿Y usted nunca lo llamaba? -insistió Rider.

– Casi nunca. Esta vez, no.

– ¿Iba por trabajo o por placer? -inquirió Bosch.

– Él decía que por ambas cosas. Mi marido insistía en que iba a ver a inversores, pero yo creo que era una adicción. Le encantaba jugar y podía permitírselo.

Bosch asintió de forma mecánica.

– ¿Cuándo se marchó exactamente?

– El jueves, después del trabajo.

– ¿Y cuándo lo vio usted por última vez?

– El jueves por la mañana, antes de ir al estudio. De allí se fue directamente al aeropuerto, porque está más cerca.

– Y usted no tenía ni idea de cuándo volvería.

Bosch lo afirmó; que ella lo contradijera si quería.

– La verdad es que hoy empezaba a preocuparme. Normalmente esa ciudad no tarda tanto en despojar a un hombre de su dinero. Sí, pensé que era demasiado tiempo, pero no intenté localizarlo.

– ¿A qué le gustaba jugar en Las Vegas?

– A todo, pero sobre todo al póquer, porque es el único juego en que no se apuesta contra la casa. Ellos se llevan un porcentaje, pero tú juegas contra los demás jugadores. Así me lo explicó Anthony, aunque él llamaba a los compañeros de mesa «pueblerinos de Iowa».

– ¿Estaba su marido solo en Las Vegas?

Bosch bajó la mirada a su libreta y se comportó como si estuviera anotando algo importante y la respuesta de ella no lo fuera. Harry sabía que era una cobardía por su parte.

– Eso no lo puedo saber-respondió la mujer.

– ¿Alguna vez había ido usted con él?

– A mí no me gusta jugar. Odio ese sitio; es horrible. Por mucho que la disfracen, siempre será una ciudad de vicio y prostitución. Y no lo digo sólo por el sexo.

Bosch estudió la fría rabia de aquella mirada.

– No ha contestado a la pregunta, señora Aliso -le recordó Rider.

– ¿Qué pregunta?

– ¿Lo acompañó alguna vez a Las Vegas?

– Al principio, sí, pero me aburría. Hace años que no voy.

– ¿Sabe si su marido estaba endeudado? -preguntó Bosch.

– No lo sé. Si lo estaba, no me lo dijo -contestó ella-. Y llámenme Verónica, por favor.

– ¿Nunca le preguntaba si tenía problemas? -inquirió Rider.

– No. Suponía que si los tenía me lo diría.

Cuando Verónica Aliso dirigió su dura mirada hacia Rider, Bosch sintió que le quitaban un peso de encima. La mujer los estaba desafiando.

– Ya sé que esto me hace sospechosa, pero no me importa -explicó-. Ustedes tienen que hacer su trabajo. Seguramente ya habrán deducido que mi marido y yo…, bueno, sólo compartíamos esta casa. En cuanto a sus actividades en Nevada, no puedo decirles si Anthony había ganado o perdido un millón de dólares. Quién sabe, tal vez le sonrió la suerte. Aunque creo que no habría dejado pasar la ocasión de fanfarronear por ello.

Bosch asintió y pensó en el cadáver del maletero. No parecía alguien a quien le hubiese sonreído la suerte.

– ¿Dónde se alojaba en Las Vegas?

– En el Mirage. Eso sí lo sé porque no todos los casinos tienen mesas de póquer, pero allí hay una con mucha clase. Anthony siempre me decía que le llamara al Mirage, y si no lo encontraba en la habitación, que preguntara por las mesas.

Bosch se demoró unos segundos en tomar nota de todo aquello, ya que había comprobado que el silencio era la mejor forma de tirar de la lengua a la gente. Esperaba que Rider se percatara de que aquellas pausas eran intencionadas.

– Me han preguntado si Anthony iba solo a Las Vegas -dijo por fin la señora Aliso.

– ¿Y qué?

– Durante la investigación, supongo que descubrirán que mi marido era un mujeriego. Sólo les pido una cosa y es que, por favor, hagan lo posible por ahorrarme los detalles. No quiero saberlos.

Bosch asintió y permaneció un momento callado mientras ordenaba sus pensamientos. Se preguntaba qué tipo de mujer no quería saber más. ¿Una que ya lo sabía todo? Cuando Harry alzó la vista, sus miradas se cruzaron.

– Además de jugar, ¿sabe si su marido tenía algún problema? -preguntó-. ¿Profesional o económico?

– Que yo sepa, no, aunque él llevaba las cuentas. Ahora mismo no tengo ni idea de nuestra situación financiera. Cuando necesitaba dinero, yo se lo pedía y él me decía que extendiera un cheque y le informase de la cantidad. Para los gastos de la casa teníamos una cuenta aparte a mi nombre.

Bosch siguió preguntando con la vista fija en su libreta.

– Sólo un par de preguntas más y la dejamos en paz. ¿Tenía su marido algún enemigo? ¿Alguien que quisiera hacerle daño?

– Anthony trabajaba en Hollywood, donde la gente se clava puñales por la espalda todos los días. Él era tan experto como cualquiera que lleve veinticinco años en la industria, así que podría haber gente descontenta con él… Pero no sé quién pudo hacer esto.

– El coche, el Rolls-Royce, está alquilado a una productora en Archway Studios. ¿Cuánto tiempo llevaba su marido trabajando para ellos?

– Él tenía su despacho allí, pero no trabajaba para el Archway. TNA Productions es…, era su propia empresa. Él sólo alquilaba un despacho y una plaza de aparcamiento, pero no tenía nada que ver con ellos.

– Háblenos de su productora -dijo Rider-. ¿Hacía películas?

– Más o menos. Digamos que empezó por todo lo alto y luego cayó en picado. Hace veinte años produjo su primer largometraje: El arte de la capa. Si la vieron, son ustedes de los pocos. El mundo de los toros no es un tema muy taquillero, pero la película fue aclamada por la crítica e hizo el circuito de festivales y salas de arte y ensayo; fue un buen comienzo para Tony.

Verónica Aliso añadió que su marido había logrado rodar un par de películas más, pero que su nivel de calidad y escrúpulos había ido disminuyendo gradualmente hasta acabar produciendo una retahíla de subproductos pornográficos.

– Las películas, si quiere llamarlas así; son todas iguales; la única diferencia es la cantidad de pechos. En el sector se conocen como directos a vídeo -explicó ella-. Además, Anthony tenía bastante éxito en el arbitraje literario.


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