Dale arrojó la ropa sucia sobre la lavadora, apagó la luz al pasar, cruzó la habitación del fondo, el taller y la habitación del horno hasta el pasillo, sin mirar esta vez hacia la carbonera, y subió los diez gigantescos escalones. El sótano era tan frío y húmedo que le causó una fuerte impresión sentir el aire pegajoso que se filtraba por la puerta de tela metálica de atrás y ver la suave luz del crepúsculo sobre la casa de Grumbacher, hacia el oeste.

Dale cruzó rápidamente la cocina, confuso por andar en calzoncillos. Lawrence estaba ya chapoteando en la bañera e imitando los ruidos de un ataque submarino. Afortunadamente la madre de Dale estaba en el porche de la entrada, de modo que él pudo cruzar medio patinando el vestíbulo, con los pies descalzos, subir corriendo la escalera, dar la vuelta al rellano y entrar en su habitación, para ponerse la bata antes de que entrase su madre. Se tumbó en la cama, con la pequeña lámpara encendida, y hojeó un viejo ejemplar de Astounding Science Fiction hasta que le llegó el turno de tomar el baño.

Una vez que estuvo a solas, en su tranquilo e iluminado rincón del sótano, Duane McBride tardó menos de cinco minutos en descifrar la clave.

El diario del tío Art parecía escrito en hindi, pero en realidad estaba escrito en sencillo inglés. Ni siquiera había transposiciones. Desde luego, a Duane le había servido de mucho el haber compartido la fascinación de su tío por Leonardo da Vinci.

El genio del Renacimiento había escrito su propio diario en una clave muy simple: a la inversa, de manera que pudiese leerse el texto en un espejo. Duane puso un espejo de mano sobre su mesa de trabajo y vio las anotaciones en inglés, de derecha a izquierda. El tío Art había juntado las palabras, para que la clave no fuese tan evidente; también había enlazado las letras por la parte de arriba, y esto era lo que daba a la línea estampada un extraño aspecto arábigo o védico. En vez de puntos había utilizado un símbolo que parecía una F mayúscula invertida, con dos puntos delante de ella. Una F invertida, con un punto, era una coma.

Duane vio que la página y el pasaje que había abierto trataban de problemas del trabajo, de un presidente de sindicato sospechoso de malversación de fondos, y de un diálogo reproduciendo una discusión política entre Art y su hermano. Duane miró el pasaje, recordó aquella discusión (el viejo estaba completamente borracho y preconizaba el derrocamiento violento del Gobierno), y pasó apresuradamente al apartado final:

11, 6, 60.

He encontrado un pasaje sobre la campana que Duane estaba buscando. Corresponde a los Apocrypha: Additions to the Book of the Law, de Aleister Crowley. Debía haberme imaginado que sería Crowley, el autocalificado mago de nuestra era, quien sabría algo sobre todo esto.

Esta noche he pasado un par de horas en el porche, pensando. Al principio iba a guardar esto para mí, pero el pequeño Duane ha trabajado de firme en la investigación de este misterio local, y decidí que tenía derecho a saberlo. Mañana me llevaré el libro y compartiré con él toda la sección sobre «familiares». La sección de los Borgia es una extraña lectura.

Un par de las secciones pertinentes: «Mientras los Medici eran partidarios de los familiares animales tradicionales como puente hacia el Mundo de la Magia se dice que la familia Borgia, durante los productivos siglos del Renacimiento (desde el punto de vista de la práctica del Arte), eligió un objeto inanimado como talismán.

»Según la leyenda, la gran Estela Reveladora, el obelisco egipcio de hierro del Santuario de Osiris, había sido robado del lugar que le correspondía en el siglo V o VI d. de C., y durante mucho tiempo constituyó fuente de poder de la familia Borgia, de Valencia, España.

»En 1455, cuando un miembro de aquella antigua familia de hechiceros se convirtió en papa -una gran ironía ya que su auge político se había debido a los Poderes Oscuros de este símbolo precristiano-, lo primero que hizo fue encargar la construcción de una gran campana. Hay pocas dudas de que esta campana, traída a Roma aproximadamente cuando murió aquel papa Borja, era la Estela Reveladora, fundida y refundida en una forma más aceptable para las masas de cristianos que esperaban su llegada.

»Se dijo que esta campana tenía, mucho más que cualquier otro objeto mágico, la forma que se encontraba en casi todas las casas reales moriscas o españolas de aquella época: Los Borja la consideraban como "la que lo devoraba Todo y lo engendraba Todo". Entre los egipcios, la Estela Reveladora era conocida como la "corona de la muerte" y su metamorfosis había sido predicha en el Libro del Abismo.

»Y a diferencia de los familiares orgánicos, que actúan meramente como medios, la Estela, incluso en su encarnación como campana, exigía su propio sacrificio. Según la leyenda, Don Alonso de Borja ofreció una nieta recién nacida a la campana, antes de ir a Roma para el Cónclave de 1455, que, contra todos los pronósticos, le eligió papa. Pero Don Alonso, ahora conocido como papa Calixto III, o careció de agallas para continuar los sacrificios o creyó que el poder de la Estela había sido provechosamente gastado con su acceso al solio pontificio. Fuese cual fuere la razón, cesaron los sacrificios. A la muerte del papa Calixto III, la campana fue instalada en la torre del palacio del sobrino de Don Alonso, Rodrigo de Borja, cardenal de Roma, sucesor en la archidiócesis de Valencia y primer verdadero heredero de la dinastía Borgia.

»Pero dice la leyenda que la Estela, ahora disfrazada de campana, no había terminado sus exigencias.»

Después de bañarse, Dale Stewart subió a su dormitorio. Lawrence estaba en su cama. O mejor dicho, sobre ella, sentado en su centro con las piernas cruzadas. Había algo extraño en su expresión.

– ¿Qué te pasa? -dijo Dale.

Lawrence estaba tan pálido que se veían claramente todas sus pecas.

– Yo… no sé. Entré para encender la luz y… bueno, oí algo.

Dale sacudió la cabeza. Recordaba una vez, hacía un par de años, en que se habían quedado los dos solos viendo la tele mientras su madre iba de compras. Era una tarde de invierno y habían estado viendo La venganza de la momia en el programa del sábado por la tarde. En cuanto hubo terminado la película, Lawrence había «oído» algo en la cocina… Las mismas pisadas lentas y deslizantes de la momia coja en el filme. Dale había ido a reunirse con su hermano, presa de pánico; habían abierto la contraventana y saltado al jardín de delante cuando se acercaron las «pisadas». Cuando volvió su madre a casa, los encontró plantados en el porche de la entrada, en calcetines y camiseta, temblando.

Bueno, Dale tenía ahora once años, no ocho.

– ¿Qué has oído? -preguntó.

Lawrence miró a su alrededor.

– No lo sé. Más que oído… he sentido. Como si hubiese alguien en la habitación.

Dale suspiró. Arrojó los calcetines sucios en la cesta y apagó la luz.

La puerta del armario estaba entreabierta. Dale la empujó al dirigirse a su cama.

La puerta no se cerró.

Pensando que una zapatilla u otra cosa impedía el cierre, Dale se detuvo y empujó más fuerte.

La puerta se resistió. Algo en el interior del armario estaba empujando para salir.

En su sótano, Duane se enjugó la cara con un pañuelo. Generalmente se estaba fresco allí, incluso en los días más cálidos del verano pero ahora descubrió que sudaba copiosamente. El libro estaba abierto sobre su «mesa escritorio», hecha con una puerta sobre caballetes. Duane había estado copiando la información pertinente en su libreta, con la mayor rapidez posible; pero ahora dejó el lápiz a un lado y se limitó a leer.

Ahora, la escritura invertida de su tío casi tenía sentido sin el espejo, pero Duane todavía sostuvo el libro delante del espejo:


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