Cansado de escuchar a su hijo, Collins dijo en tono hastiado:

– Josh, los horrores que estás prediciendo jamás ocurrirán. La Enmienda XXXV se utilizará para protegerte… y hasta incluso es muy posible que jamás tenga que ser invocada.

– ¿Que jamás tenga que ser invocada? Espera a ver lo que voy a mostrarte dentro de unos minutos.

– ¿Estamos llegando?

Josh miró a través del parabrisas por encima de los hombros del conductor y de Hogan, que ocupaba el asiento frontal.

– Sí -repuso.

Collins contempló la cegadora luz del sol a través de la ventanilla. Norteamérica constituía una mezcla de muchos países con paisajes dramáticamente distintos, y aquél era uno de los paisajes más desolados de Norteamérica. En el transcurso de la última hora no había podido ver más que lagos secos, lechos alcalinos, granjas abandonadas y medio cubiertas por la maleza y alguna que otra estación de servicio con apariencia de ciudad. Ahora estaban atravesando un terreno duro y de desagradable aspecto, integrado en buena parte por viejos ríos de lava y pumita volcánica y sin el menor rastro de vida.

Súbitamente, surgió la vida: algunas personas conversando junto a la entrada de una tienda, otras congregadas alrededor de un poste de gasolina, algunas casuchas y un letrero descolorido por el tiempo en el que podía leerse NEWELL.

Josh dio instrucciones al chófer y, al poco rato, le pidió que se detuviera.

– ¿Dónde estamos? -preguntó Collins sorprendido.

– En el lago Tule -anunció Josh con aire triunfal.

Collins frunció el ceño. El lago Tule. Le sonaba a un antiguo y conocido lugar.

– Creado en 1942, ocho semanas después de lo de Pearl Harbor, según el decreto 9066 del presidente Roosevelt -dijo Josh-. Los norteamericanos de origen japonés fueron considerados un riesgo para la seguridad. Se detuvo a unos ciento diez mil, a pesar de que dos tercios de ellos eran ciudadanos norteamericanos, y fueron confinados en diez campos o centros de reemplazamiento. El lago Tule era uno de ellos, uno de los peores campos de concentración norteamericanos, en el que fueron internados unos dieciocho mil de los detenidos.

– Ese capítulo de nuestra historia me desagrada tanto como a ti -dijo Collins-. Pero ¿qué tiene que ver con el presente, con la Enmienda XXXV?

– Tú mismo puedes verlo -repuso Josh abriendo la portezuela de atrás del Mercury y descendiendo del automóvil.

Collins siguió a su hijo y permaneció de pie azotado por el seco y cálido viento, tratando de orientarse. Se dio cuenta entonces de que se encontraban junto a lo que parecía ser una especie de enorme granja moderna o una fábrica, una serie de edificios de ladrillo y de barracones construidos en hierro ondulado, situados al otro lado de una alambrada.

– ¿Es eso el lago Tule? -preguntó Collins señalando en aquella dirección.

– Lo era -repuso Josh con aire de suficiencia-, pero ya no lo es. Era nuestro más duro campo de concentración, construido sobre las doce mil hectáreas del lecho seco de un lago. Ahora es otra cosa, y por eso es por lo que te he traído hasta aquí.

– Al grano, Josh.

– Muy bien. Pero antes permíteme mostrarte algo que te lo aclarará todo. -Josh llevaba una carpeta de gran tamaño y ahora la abrió y extrajo una media docena de fotografías, pasándoselas a su padre.- Primero, echa un vistazo a estas fotografías. Nos las ha facilitado la Liga de Norteamericanos de Origen Japonés. Estas fotografías del antiguo campo de concentración fueron tomadas en este mismo lugar hace apenas un año ¿Qué es lo que ves?

Collins estudió las fotografías. Lo que veía eran unas alambradas rotas rematadas por unas herrumbrosas franjas de alambre de púas, levantandas sobre unos soportes de hormigón armado. Al otro lado de las alambradas podían verse los ruinosos restos de unos barracones, algunas viejas estructuras de edificios y una atalaya medio derruida.

– ¿Qué pasa? -preguntó Collins devolviéndole las fotografías a su hijo-. Yo no veo nada en estas fotografías.

– Exactamente -dijo Josh-. Ahí está la cosa. Se obtuvieron hace un año y entonces no se podía ver nada. Sólo ruinas. -Señaló hacia adelante.- Ahora fíjate en el lago Tule en la actualidad; ¿qué es lo que ves? -Collins miró perplejo mientras su hijo añadía:- Una alambrada de seguridad completamente nueva con alambre electrificado en la parte de arriba y levantada sobre una base de hormigón armado reforzado. Una atalaya de ladrillo de nueva construcción con focos de vigilancia incorporados. Tres edificios absolutamente nuevos construidos en cemento y otros cuatro que se están levantando. ¿Qué te dice eso?

– Pues que están levantando unas edificaciones. Nada más.

– Pero, ¿qué clase de edificaciones? Yo te diré qué clase. Es un proyecto gubernamental secreto que se está llevando a la práctica en esta alejada zona. Están arreglando y reconstruyendo el lago Tule. Están preparando un futuro campo de concentración para encerrar a las víctimas de las detenciones en masa que tendrán lugar una vez entre en vigor la Enmienda XXXV.

Esta explicación cogió de improviso a Collins, y se irritó. Había perdido el día y había soportado unas incomodidades innecesarias para ver lo que no era más que el producto de la inmaduray paranoica imaginación de su hijo.

– Vamos, Josh, no esperes que me trague eso. ¿De dónde has sacado esas fantasías?

– Tenemos nuestras fuentes -repuso Josh apretando los labios-. Es un proyecto del gobierno. Es nuevo. Está perfectamente claro que es una especie de campo de internamiento o de prisión. Si no lo fuera, ¿para qué se hubiera construido una nueva atalaya?

Puede haber cientos de proyectos gubernamentales que las incluyan para fines de seguridad.

– No como ésta.

– Maldita sea, no es un campo de concentración o como tú quieras llamarlo. En nuestro país ya no los hay, y jamás volverá a haberlos. Pero hombre, Josh, son las mismas estupideces y los mismos rumores que corrieron en 1971 cuando algunas publicaciones acusaron al presidente Nixon y al secretario de Justicia Mitchell de estar acondicionado los centros de reemplazamiento de japoneses con el fin de transformarlos en campos de detención para los disidentes y manifestantes. Nadie consiguió jamás demostrar semejante cosa.

– Pero tampoco nadie consiguió jamás demostrar lo contrario. Collins observó con el rabillo del ojo que, al otro lado de la alambrada, dos hombres se estaban acercando a la salida.

– Está bien, te voy a demostrar que estás equivocado en relación con este proyecto -dijo con determinación-. Espérame aquí.

Mientras avanzaba hacia la alambrada, Collins observó que losdos hombres -uno de ellos con uniforme militar y el otro vistiendo camiseta y pantalones vaqueros- se estrechaban la mano y se separaban. El hombre uniformado permaneció de pie junto a la entrada, mientras el otro regresaba a la obra.

Collins apretó el paso acercándose al hombre de la puerta, que había estado observándole con mirada inquisitiva.

– ¿Es usted el guarda de las obras? -preguntó Collins.

– En efecto.

– ¿Esta propiedad es privada o federal?

– Es federal. ¿En qué puedo servirle, señor?

– Soy funcionario del gobierno. Me gustaría echar un vistazo a las instalaciones.

El guardia examinó a Collins brevemente.

– Pues… no sé. Claro que, si es funcionario del gobierno… -Giró sobre sus talones, hizo bocina con las manos y gritó:-; Oye, Tim! -La figura que se estaba perdiendo en la lejanía dio la vuelta y regresó.- Este señor dice que es del gobierno. Será mejor que hables con él.

El otro, un hombre corpulento de rostro rubicundo, se estaba acercando.

Collins esperó. Una vez el hombre de los vaqueros y la camiseta se hubo acercado a la entrada, el guarda se apartó a un lado y le dijo:

– Me llamo Nordquist y soy el encargado de las obras. ¿En qué puedo servirle? -preguntó el corpulento individuo.


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