—¿Te llamó?

—Sí, todos los días varias veces. Y a pesar de que sabe que no es santo de mi devoción, el tío se arriesgó, se tragó su orgullo, y lo hizo para pedirme ayuda. No sé cómo consiguió mi móvil, pero lo cierto es que me llamó para suplicarme que te encontrara. Estaba preocupado por ti.

Mi corazoncito se descontrola. Pensar en mi Iceman enloquecido por mi ausencia me pone tonta. Demasiado tonta.

—Me dijo que se había comportado como un idiota —continúa Fernando— y que tú te habías marchado. Te localicé en Valencia, pero no le conté nada a él ni intenté ponerme en contacto contigo porque imaginé que necesitabas pensar, ¿verdad?

—Sí.

Bloqueada por lo que me está diciendo, lo miro.

—¿Has tomado una decisión? —me pregunta.

—Sí.

—¿Se puede saber cuál es?

Doy un trago a mi bebida, me retiro el pelo de la cara y, con todo el dolor de mi corazón, con un hilo de voz susurro:

—Lo que había entre Eric y yo se acabó.

Fernando asiente, mira hacia unos amigos y, tras resoplar, murmura:

—Creo que te equivocas, jerezana.

—¿¡Cómo!?

—Lo que oyes.

—¡Cómo que lo que oigo! ¿Estás tonto?

Mi amigo el tonto sonríe y da un trago a su bebida.

—¡Ojalá te brillaran los ojos por mí como te brillan por él! —exclama finalmente—. ¡Ojalá te hubieras vuelto tan loca por mí como sé que lo estás por él! ¡Y ojalá no fuera consciente de que ese ricachón está tan loco por ti que es capaz de llamarme a mí para que te busque y te encuentre a pesar de que en un momento así yo te puedo poner en su contra!

Cierro los ojos. Los aprieto cuando Fernando empieza a hablar de nuevo.

—Para él, tu seguridad, encontrarte y saber que estabas bien, ha sido lo primordial, lo más importante, y eso me hace ver la clase de hombre que es Eric y lo enamorado que está de ti. —Abro los ojos y escucho con atención—. Sé que me estoy echando piedras en mi propio tejado al confesarte esto, pero si lo que hay entre tú y ese guaperas es tan auténtico como ambos me dais a entender, ¿por qué acabarlo?

—¿Me estás diciendo que vuelva con él?

Fernando sonríe, retira un mechón de pelo de mi cara y musita:

—Eres buena, generosa, una excelente mujer y siempre te he considerado lo bastante lista como para no dejarte engañar por cualquiera o hacer algo que no sea de tu agrado. Además, te quiero como amiga, y si tú te has enamorado de ese tipo, por algo será, ¿no? Escucha, jerezana, si eres feliz con Eric, piensa en lo que quieres, en lo que deseas, y si tu corazón te pide estar con él, no te lo niegues o te arrepentirás, ¿de acuerdo?

Sus palabras tocan mi corazón, pero antes de que me ponga a llorar como una imbécil y las cataratas del Niágara broten de mis ojos, sonrío. Está sonando el Waka waka de Shakira.

—No quiero pensar. Ven, vamos a bailar —le propongo.

Fernando sonríe a su vez, me coge de la mano, me lleva al centro de la pista y juntos bailamos mientras, a voz en grito, cantamos con nuestros amigos:

Tsamina mina, eh eh, waka waka, eh eh

Tsamina mina, zangaléwa, anawa ah ah

Tsamina mina, eh eh, waka waka, eh eh

Tsamina mina, zangaléwa, porque esto es África.

Horas después, la fiesta continúa, y hablo con Sergio y Elena, los dueños del pub más concurrido de Jerez. Otros años, en Navidades, he trabajado de camarera en su local y me lo vuelven a ofrecer. Accedo, complacida. Ahora que estoy en el paro, cualquier ingreso extra me viene de perlas.

De madrugada, cuando llego a casa, estoy cansada, algo borracha y satisfecha.

Como cada año me inscribo para participar en la carrera solidaria de motocross que recauda fondos para comprar juguetes a los niños menos favorecidos de Cádiz. La carrera será el día 22 de diciembre en El Puerto de Santa María. Mi padre, el Bicharrón y el Lucena están encantados. Ellos siempre disfrutan tanto o más que yo con estos eventos.

El 20 de diciembre por la mañana mi teléfono suena por decimoctava vez. Estoy muerta. Trabajar en el pub es divertido pero agotador. Al coger el móvil y ver que se trata de Frida, me reactivo y respondo rápidamente.

—¡Hola, Jud! Feliz Navidad. ¿Cómo estás?

—Feliz Navidad. Estoy bien, ¿y tú?

—Bien, bonita, bien.

Su voz es tensa y me asusto.

—¿Qué pasa? —pregunto—. ¿Ocurre algo? ¿Eric está bien?

Tras un incómodo silencio, Frida se decide.

—¿Es cierto lo que he escuchado sobre Betta?

—No —respondo, y resoplo al recordarla—. Todo ha sido un montaje de ella.

—Lo sabía —murmura.

—Pero da igual, Frida —añado—, ya no importa.

—¡Cómo que ya no importa! A mí no me da igual. Cuéntame ahora mismo tu versión.

Sin demora, le cuento lo ocurrido con todos sus pelos y señales, y cuando acabo, comenta:

—Esa Marisa nunca me gustó. Es una bruja, y Eric parece nuevo. ¡Hombres! Sabe que Marisa es amiga de Betta; ella les presentó.

—¿Ella les presentó?

—Sí. Betta es de Huelva como Marisa. Cuando comenzó su relación con Eric, se fue a Alemania a vivir con él, hasta que pasó lo que pasó y le perdí la pista. Pero esa Marisa se merece un escarmiento por mala.

—Tranquila. A esa bruja le hice una visita y le dejé muy claro que conmigo no se juega.

—¡No me digas!

—Lo que oyes. Le advertí que yo también sé jugar sucio.

Frida suelta una carcajada, y yo hago lo mismo.

—¿Cómo está Eric? —pregunto sin que pueda evitarlo.

—Mal —contesta, y suspiro. Ella sigue—: Anoche cené con él en Alemania y, al no verte, pregunté y fue cuando me enteré de lo ocurrido entre vosotros. Me enfadé y le dije cuatro cositas bien dichas.

Escucharla hablar así me hace gracia, e insisto mientras me desperezo:

—Pero ¿él está bien?

—No, no está bien, Judith, y no me refiero a su enfermedad, sino a él como persona. Por eso te he llamado nada más llegar a España. Debéis arreglarlo. Debes cogerle el teléfono. Eric te echa mucho de menos.

—Él me apartó de su lado; que ahora asuma las consecuencias.

—Lo sé. También me lo ha dicho. Es un cabezón, pero un cabezón que te quiere; eso no lo dudes.

Inconscientemente, oír tal cosa hace que revoloteen ya no mariposas, sino avestruces en mi estómago. Soy la reina de las masoquistas. Me gusta saber que Eric aún me quiere y me echa de menos, a pesar de que yo misma me empeñe en no creerlo.

—Te llamo porque este fin de semana cenaremos en Nochebuena con mis suegros en Conil, y luego estaremos en nuestra casa de Zahara tranquilitos. El Fin de Año lo pasaremos en Alemania con mi familia. Por cierto, Eric se reunirá con nosotros en Zahara. ¿Te apetece venir?

Ése es un plan encantador. En otro momento me hubiera parecido perfecto. Pero respondo:

—No, gracias. No puedo. Estoy liada con mi familia y además trabajo estos días por la noche, y...

—¿Que trabajas por la noche?

—Sí.

—Pero ¿en qué trabajas?

—Soy camarera en un pub y...

—¡Uf, Judith! ¡Camarera! Eso a Eric no le va a hacer gracia. Le conozco y no le va a gustar nada de nada.

—Lo que le guste o no a Eric ya no es mi problema —le aclaro sin querer entrar en más detalles—. Además, el sábado tengo una carrera en Cádiz y...

—¿Tienes una carrera?

—Sí.

—¿De qué?

—De motocross.

—¿Corres motocross?

—Sí.

—¡Motocross! —grita, sorprendida—. Jud, eso no me lo pierdo yo. Eres mi heroína. ¡Qué cosas más chulas que sabes hacer! Si alguna vez tengo una hija, quiero que de mayor sea como tú.

Al ver su sorpresa, me río y digo:

—Es una carrera solidaria que busca recaudar fondos para comprar juguetes y repartirlos entre niños de familias que no pueden permitírselo.

—¡Ah!, pues allí estaremos ¿Y dónde dices que es?

—En El Puerto de Santa María.

—¿A qué hora?

—Comienza a las once de la mañana. Pero oye, Frida..., no se lo digas a Eric. No le gustan nada esas carreras. Lo pasa fatal porque recuerda lo que le ocurrió a su hermana.


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