Añadió que el ensueño, al darnos fluidez para entrar en otros mundos, destruye nuestra idea del yo que sabe todo. Llamó al ensueño una empresa de dimensiones inimaginables que, después de hacernos percibir todo lo que puede ser percibido, hace que el punto de encaje dé un salto fuera del reino humano a fin de hacernos percibir lo inconcebible.
– Nos encontramos, de nuevo, frente al tema más importante del mundo de los brujos antiguos: la posición del punto de encaje -prosiguió-. El anatema de los brujos antiguos, al igual que la aflicción de la humanidad actual.
– ¿Por qué dice usted eso, don Juan?
– Porque ambos, la humanidad actual y los brujos de la antigüedad son las víctimas de la posición del punto de encaje. La humanidad, por no saber que el punto de encaje existe. Por no saberlo estamos obligados a considerar a los productos de su posición habitual como cosas finales e indiscutibles. Y los brujos antiguos, por saber que el punto de encaje existe y que se le puede manejar con relativa facilidad.
"Debes evitar caer en esas dos trampas -continuó-. Sería realmente repugnante que te aunaras a la humanidad, como si no supieras acerca de la existencia del punto de encaje. Pero sería aún más odioso que te aunaras a los brujos antiguos, y manejaras al punto de encaje para tu ganancia personal.
– Todavía no entiendo, ¿cuál es la conexión de todo esto con la experiencia que tuve ayer?
– Ayer te encontrabas en otro mundo, diferente pero real. Si me preguntas dónde se encuentra ese mundo, yo te tendré que contestar que está en la posición del punto de encaje. Si mi respuesta no tiene ningún sentido para ti, entrarás en un enredo diabólico.
El argumento de don Juan era que me quedaban dos alternativas si no entendía su proposición. Una era seguir la línea de la humanidad en general, lo que me llevaría a un caos: mi experiencia me diría que otros mundos existen, pero mi razón me diría que esos mundos no pueden existir. La otra alternativa era seguir la línea de los brujos antiguos, en cuyo caso, automáticamente aceptaría la existencia de otros mundos, y mi avaricia me haría sostener la posición del punto de encaje que crea esos mundos. El resultado sería otro tipo de caos: tener que moverme físicamente a mundos diferentes del nuestro, forzado por expectativas de poder y ganancia personal.
Yo estaba demasiado aturdido para poder seguir el hilo de su razonamiento, pero sí sentía que él estaba totalmente en lo cierto. Era un sentimiento, una certeza ancestral que yo parecía haber perdido y estar recobrando lentamente.
Regresar a mis prácticas de ensueño disipó todas estas tribulaciones, pero creó otras; por ejemplo, después de escucharla diariamente, por meses, la voz del emisario dejó de ser una molestia o un asombro y se convirtió en algo casi común y corriente para mí. Cometí tantos errores influenciado por lo que me decía, que comprendí la renuencia de don Juan a tomarlo en serio. Un psicoanalista se habría muerto de gusto interpretando esa voz de acuerdo a todas las posibles minucias de mi dinámica intrapersonal.
Don Juan mantenía inmutablemente que el emisario es una fuerza impersonal y constante procedente del reino de los seres inorgánicos, por lo tanto, todos los ensoñadores lo experimentan, más o menos en los mismos términos. Y si eligen seguir lo que les dice, como si fuera un consejero, son unos tontos incurables.
Yo era definitivamente uno de ellos. No había manera de mantenerme impasible frente a un evento tan extraordinario una voz que clara y concisamente me decía en tres idiomas datos ocultos sobre cosas o personas en las cuales enfocaba mi atención. La única desventaja, que no tenía grandes consecuencias para mí, era que la voz y yo no estábamos sincronizados. Generalmente, el emisario me daba información acerca de cosas, gente o eventos, cuando ya había olvidado mi interés en ellos.
Le pregunté a don Juan acerca de esta falla; me dijo que tenía que ver con la rigidez de mi punto de encaje. Me explicó que, habiendo sido yo criado por abuelos, estaba saturado de opiniones e ideas de gente vieja, y que debido a ello, yo era peligrosamente rígido. Dijo que su método de darme pociones de plantas alucinógenas, no había sido otra cosa sino un esfuerzo para sacudir mi punto de encaje, y así permitir que tuviera un margen mínimo de fluidez.
– Si no desarrollas ese margen -continuó-, o te vuelves más rígido, o te conviertes en un brujo histérico, o haces las dos cosas. Mi interés en contarte anécdotas de los brujos antiguos, no es para hablar mal de ellos sino para ponerte al tanto de lo que eran. Tarde o temprano, tu punto de encaje va a adquirir más fluidez, pero no lo suficiente como para contrarrestar tu tendencia a ser como ellos: rígido e histérico.
– ¿Cómo puedo evitar eso, don Juan?
– Hay un modo. Los brujos lo llaman el puro entendimiento. Yo lo llamo el romance con el conocimiento. Es el impulso que los brujos utilizan para saber, para descubrir, y para quedarse boquiabiertos de asombro y admiración con lo que descubren.
Don Juan cambió de tema, y pasó a explicar en mayor detalle la fijación del punto de encaje. Dijo que al ver el punto de encaje de los niños, oscilando constantemente y cambiando fácilmente de lugar como movido por un temblor, los brujos antiguos llegaron a la conclusión de que su posición habitual no es innata sino creada por los hábitos. Viendo también, que es solamente en los adultos que éste se fija en un lugar definido, supusieron que la ubicación específica del punto de encaje promueve una manera específica de percibir. A consecuencia del uso, esta manera específica de percibir se convierte en un sistema para la interpretación de datos sensoriales.
Don Juan señaló que para existir, dicho sistema, precisa de una leva general; todos nosotros los seres humanos, al nacer, somos reclutados en él. Y nos pasamos una vida entera ajustando imperiosamente nuestra percepción para que concuerde con las demandas de este sistema. Por ello, tenían razón los brujos antiguos al sostener que el acto de revocarlo y percibir energía directamente es lo que transforma a una persona en brujo.
Don Juan expresó su admiración, una y otra vez, por lo que llamó el mayor logro de nuestra socialización básica como seres humanos: inmovilizar nuestro punto de encaje en su posición habitual. Explicó que una vez que su posición es fija, nuestra percepción puede ser entrenada y dirigida a interpretar lo que percibimos. Nuestro proceso de socialización empieza entonces a guiarnos a percibir más en términos de nuestro sistema que en términos de nuestros sentidos. Don Juan aseguraba que la percepción humana es universalmente homogénea debido a que el punto de encaje de toda la raza humana está fijo en el mismo sitio.
Don Juan dijo que los brujos prueban todo esto al comprobar que lo que se percibe no tiene sentido alguno cuando el punto de encaje se ha desplazado fuera de cierto nivel y nuevos filamentos energéticos universales empiezan a ser percibidos. La razón de ello es que los nuevos filamentos traen nuevos datos sensoriales, que no son parte de dicho sistema.
– Percibir sin nuestro sistema es, por supuesto, algo caótico -don Juan continuó-. Pero por más extraño que parezca, cuando nos creemos realmente perdidos, nuestro sistema se recupera y viene a nuestro rescate, transformando nuestra nueva e incomprensible percepción, en un mundo totalmente comprensible. Exactamente como te sucedió cuando fijaste tu mirada en las hojas del árbol de mezquite. Tu percepción fue caótica. Por un momento todo se te vino encima y tu sistema de interpretación no funcionó. Después, el caos se aclaró, y ahí estabas: frente a un mundo nuevo.
– Nos encontramos otra vez en el mismo atascadero de antes. ¿Existe realmente ese mundo? ¿O es una mera elaboración de mi mente?
– Ciertamente regresamos a lo mismo y la respuesta es aún la misma. Ese mundo realmente existe en la precisa posición en que se encontraba tu punto de encaje en ese momento. Para percibirlo claramente, necesitaste cohesión; necesitaste mantener tu punto de encaje fijo en esa nueva posición; lo cual hiciste. El resultado fue que por un rato fuiste capaz de percibir un mundo totalmente nuevo.