Se va el paciente y amable limpiabotas y oigo la puerta del piso cerrándose por segunda vez, ahora con sigilo. Al mismo tiempo, otra puerta se abre ante mí: la que ha de dar paso a la miseria y al fracaso de mi vida, a mi caída vertiginosa en la soledad y la desesperación.
2
Hace muchos años, cuando era un muchacho solitario y se sentaba con su antifaz negro en las esquinas soleadas del barrio a vender tebeos y novelas de segunda mano, Marés soñaba que de mayor escribiría un libro maravilloso que empezaría así: hace muchos años, cuando era un muchacho solitario y me sentaba con mi antifaz negro en las esquinas soleadas del barrio a vender tebeos y novelas de segunda mano, soñaba que un día escribiría un libro maravilloso que empezaría así…
Hoy se sentaba en una esquina mugrienta y helada del Raval, lejos de su barrio, vestido con harapos y tocando el acordeón. En el suelo, entre sus piernas, una hoja de periódico contenía algunas monedas arrojadas por los transeúntes. Marés era un hombre de cincuenta y dos años, pero aparentaba menos debido a la caricia del fuego, desde que un grupo de exaltados nacionalistas catalanes que recorría las Ramblas en manifestación, tres años atrás, hallándose él sentado en esa misma esquina de Sant Pau, lanzó un cóctel Molotov-Tío Pepe con tan mala fortuna que se estrelló en la acera delante de él y le dejó el rostro y las manos de seda. El fuego diseñó en la piel de las mejillas una sonrisa perenne y burlona, una soñadora ironía. Desde entonces no tenía cejas y se las pintaba con lápiz negro de trazo grueso, pero en el entrecejo, al llegar la primavera, le crecían unos pelos largos y negros. En días de melancolía y añoranza, para animar una cara sin arrugas y sin pasado, sobre el severo labio superior se pegaba con almaste un bigotito postizo, rubiales y distinguido. Tenía Marés los pómulos altos y pulidos, el pelo ralo y los ojos color miel, pequeños y rapiñosos. Tocaba briosos pasodobles con su viejo acordeón y llevaba colgado sobre el pecho un cartel que decía:
PEDIGÜEÑO CHARNEGO SIN TRABAJO OFRECIENDO EN CATALUNYA UN TRISTE ESPECTÁCULO TERCERMUNDISTA FAVOR DE AYUDAR
Después de hora y media sentado allí, sólo había recaudado cuatrocientas pesetas. Se trasladó al centro de las Ramblas, junto a la boca del metro Liceo, se sentó en el suelo, extendió la hoja de periódico, le dio la vuelta al cartón colgado sobre el pecho y empezó a tocar el Cant dels ocells con mucho sentimiento. En el rótulo que ahora exhibía podía leerse:
FlLL NATURAL DE
PAU CASALS
BUSCA UNA OPORTUNIDAD
La famosa melodía casalsiana le deprimía. Algunos transeúntes se paraban a mirarle y leían el rótulo con recelo. Uno de ellos se acercó, rechoncho y pulcro, con brillantes zapatos que chirriaban, la mano derecha en el bolsillo del pantalón. Pero no sacó ninguna moneda.
– Escolti, perdoni -dijo con una sonrisa de conejo-. Aquest rètol está mal escrit.
– ¿Cómo dice, buen hombre?
– ¡Oh! -exclamó muy sorprendido el transeúnte de lustrosos zapatos-. Ésta sí que es buena: ¿hijo de Pau Casals y no habla catalán? ¡Vaya, vaya!
– Verá usted, es que me crié en Algeciras con mi madre, que era una criada que había servido en casa del maestro y gran patriota…
– ¡Vaya, vaya! -repitió el hombre alejándose con aire escéptico-. Ya, ya.
A pesar de este pequeño incidente, en menos de dos horas Marés recaudó tres mil pesetas, casi todo en monedas de cien y de doscientas.
3
Cerca del mediodía empezó a tocar melodías de Edith Piaf y su tristeza se remansó, se conformó con algunas furtivas sombras tambaleantes que poblaban las Ramblas y su memoria. Con la cabeza recostada sobre el acordeón y los ojos cerrados, interpretó C'est à Hambourg, evocando las sirenas de los buques y la bruma en los muelles envolviendo a la melancólica prostituta que llama a los marineros apoyada en una farola, y esa evocación portuaria y canalla le trajo el punzante recuerdo de su ex mujer, Norma Valentí, treinta y ocho años, sociolingüista, gafas de culo de vaso y espléndidas piernas, sentada ahora detrás de alguna mesa en las oficinas del Plan de Normalización Lingüística. La vio hablando por teléfono y cruzando las rodillas, emputecida y libre, una falda de satín negro y medias negras de red. Pensando en ella, interpretó la melodía tres veces seguidas, hundiendo mentalmente a su ex mujer en la depravación y el vicio de los bajos fondos de Hamburgo, mientras oía el lamento de los buques y el tintineo de las monedas rebotando entre sus piernas.
Desde hacía diez años, Norma no quería saber nada de él, y mucho menos hablarle o verle. Marés se había hundido en la mendicidad y el anonimato, pero seguía locamente enamorado y había ideado una estratagema que le permitía hablar con ella de vez en cuando, oír su voz, sin darse a conocer. Dejó el acordeón en el suelo, cogió unas monedas, se levantó y echó a correr hacia la cabina de teléfono más próxima.
4
– ASSESSORAMENT LINGÜÍSTIC. Digui?
Era la voz de Norma. No siempre era ella la que atendía las llamadas, pero esta vez hubo suerte. Marés estuvo unos segundos sin poder hablar, con un nudo en la garganta.
– Digui…!
– ¿Oiga?
Carraspeó y disfrazó la voz con una ronquera abyecta y un suave acento del sur:
– Llamo para una conzulta. Miruzté, tengo unos almacenes de prendas de vestir y ropa interior con rótulos en castellano para cada sección y quiero ponerlo to en catalán, por si acaso… Ya zabusté cómo las gastan esos malparidos de Terra Lliure…
– Posi's en contacte amb Aserluz i li faran…
– ¿Cómo dice?
– Llame a Aserluz. Esta asociación ofrece un diez por ciento de descuento a todos los establecimientos que encarguen rótulos en catalán. Trabajan para nosotros.
– Pero es que yo no tengo dinero para eso. Mi negocio es muy humilde, zeñora, y me hago los rótulos yo mismo, a mano. Yo necesito solamente que me diga uzté cómo se escribe en catalán el nombre de algunas prendas…
– Bueno, qué quiere saber.
– Tengo aquí una lista. Es un poco larga, pero…
– Dígamelo en castellano y yo le traduzco. Pero dése prisa, por favor.
– Vale. Empiezo: abrigos.
– Abrics.
– Chaquetas.
– Jaquetes.
– Cinturones.
– Corretges o cinyells.
– ¡Coño, qué raro suena!
– ¡Ah! ¡Qué quiere que le diga!
– Perdone, e uzté mu amable. La estoy haciendo perdé mucho tiempo con mis tontos problemas…
– Digui, digui.
– Blusas.
– Bruses.
– Camisetas.
– Samarretes.
– Calzoncillos.
– Calçotets. ¿Ya lo escribe usted correctamente?
– Zí, zeñora. Sujetadores o sostenes.
– Ajustadors.
– Ligas y… ligueros.
– Lligacames.
Marés hacía una pequeña pausa después de oírle nombrar la prenda, como si tomara nota. En realidad, bebía la voz adorada en una especie de éxtasis.
– Bragas.
– Bragues -dijo ella suavemente.
– Albornoz.
– Barnús.
– Oiga, esto suena a insulto.
– Pues en catalán se dice así, señor mío. -Norma suspiró-. Y bien, ¿ha terminado?
– No, espere…
Desesperado, mordiéndose los puños, Marés no conseguía recordar el nombre de más prendas, su mente se había quedado en blanco.
– Bragas y sostenes.
– Eso ya lo hemos dicho.
– Vaya… No zabusté cuánto l'agradezco l'atención que ha tenío con este pobre charnego…
– De nada, hombre. Hala, que usted lo pase bien.
– Mil gracias, zeñora…
– Adéu, adéu.
Felizmente hoy es jueves, se dijo Marés. Los jueves, a eso de la una y media, Norma acudía a las oficinas centrales de la plaza Sant Jaume y media hora después volvía a salir en compañía del afamado sociolingüista Jordi Valls Verdú, peligroso activista cultural. Valls Verdú era el inmediato superior de Norma y su actual amante, y ocupaba un puesto de responsabilidad en la Comisión que llevaba adelante el Plan de Normalización Lingüística de Cataluña a cargo de la Generalitat. Marés lo había conocido diez años atrás robando volúmenes de la Bernat Metge en la vasta biblioteca del difunto Víctor Valentí, padre de Norma.