Lo primero que nos interesaba averiguar era si el difunto Loperena tenía cómplices de algún tipo. Para ello debíamos proceder a seguir e investigar a la gente de su entorno lo cual era complicado, ya que todas sus amistades pertenecían a un nivel difícilmente asequible para dos humildes policías y si notaban que estábamos ocupándonos de sus asuntos podíamos meternos en un buen apuro, si se tiene en cuenta que la mayoría de ellos tenían hilo directo con las altas esferas. Al final la solución y el permiso para que practicáramos nuestra investigación nos vino dada por la política. Conseguimos demostrar al jefe superior que uno de los amigos de Ángel Loperena había sido visto charlando amigablemente con el encargado de negocios de la embajada inglesa lo cual, en aquellos tiempos de ebullición patriótica a cuenta del asunto de Gibraltar, no estaba bien visto por las autoridades del Movimiento y eso facilitó, aunque no estábamos adscritos a la Brigada Político Social sino a la Criminal, que se nos diera vía libre.

Procedimos con calma y tranquilidad, ya que nuestro secreto estaba a salvo, y para no levantar suspicacias tardamos tres largos meses en dar por terminada nuestra investigación, sin ningún resultado positivo. Si Loperena tenía algún cómplice fuimos incapaces de averiguarlo. Por otro lado, los robos habían cesado, lo que significaba que o no existían efectivamente los supuestos cómpliceso éstos eran incapaces de reanudar su actividad sin la presencia de Loperena, así que admitiendo la idea de que actuaba en solitario tan sólo nos quedaba por descubrir dónde guardaba su botín y confiscarlo en nuestro beneficio.

Una visita al Registro de la Propiedad nos confirmó que no poseía viviendas a su nombre. Así mismo, del contacto que habíamos tenido con sus amistades habíamos llegado al convencimiento de que era muy dudoso que se hubiera sincerado con ellas para un tema tan delicado como el préstamo de un refugio donde esconder el producto de sus latrocinios. Por exclusión acabamos pensando que su botín estaría escondido, seguramente, en la mansión de sus padres, con los que convivía. Era lo suficientemente grande para que Ángel Loperena contara con una especie de apartamento propio en su interior y, por otra parte, la avanzada edad de sus progenitores les impedía apercibirse con claridad de lo que pudiera ocurrir en el mismo. En cuanto a los miembros del servicio no parecían susceptibles de crearle ningún problema. La mayoría eran externos y el único que convivía con ellos era el jardinero, que habitaba una minúscula choza construida en la parte trasera del jardín que rodeaba la mansión, y era imposible que, en caso de averiguar algo, traicionara a su joven patrón. El jardinero era un antiguo combatiente del ejército rojo que sólo gracias a la benevolencia de los familiares de Loperena había conseguido un trabajo y un lugar para vivir. Le tenían agarrado por los cojones y ocurriera lo que ocurriera delante de sus narices él siempre se quedaría mudo y ciego, obediente a su señor.

Ser policía quizá no sea una bicoca, los poderosos nos utilizan y los menesterosos nos temen cuando no nos odian, pero te proporciona una cosa muy importante, la posibilidad de acceder a fuentes de información que una persona normal tiene vedadas. No eran muchas las empresas importantes que se dedicaban en Madrid a la instalación de cajas de caudales y en la cuarta que visitamos conseguimos lo que queríamos.

En efecto, los señores inspectores no están equivocados, nos dijo el remilgado empleado que nos atendió, el difunto señor Loperena, qué desgracia más horrible, leí en el periódico que su aspecto era irreconocible, qué tragedias, cuando pienso en sus ancianos padres, sí, perdonen, como les iba diciendo el difunto señor Loperena, que Dios acoja en su seno, aunque era un poco punto filipino, no sé si me entienden, pero qué estoy diciendo, lo siento, no está nada bien hablar mal de los muertos y además una persona de su formación religiosa habrá tenido tiempo de arrepentirse en el último instante de sus pecados, si no fuera así qué cosa más terrible, sí, disculpen, a lo que íbamos, pues bien, el difunto señor Loperena tuvo la gentileza, heredada de sus padres, qué gran señora doña Manuela, y don Ángel, qué decir de él, el prototipo del perfecto caballero español, siempre atento a los demás, siempre con una sonrisa en los labios aunque cuando había que poner firme a la gente lo hacía, sí, señores inspectores, ruego disculpen mi vehemencia pero es que aprecio de verdad a los señores de Loperena del mismo modo que reconozco la abnegación y entrega de nuestras bienamadas fuerzas del orden, en fin, como quería decirles desde hace un rato, el señor Loperena encargó a nuestra firma que instaláramos en sus aposentos una caja fuerte de último modelo, no la hay mejor en todo el mundo, es de fabricación alemana y ya saben ustedes cómo son los alemanes, ni siquiera el haber perdido una guerra les ha hecho cejar en su empeño productivo, pues sí, claro que les puedo indicar con exactitud dónde instalamos la caja de caudales y la combinación, salvo que la haya cambiado, porque es posible hacerlo, por supuesto que disponemos de la primitiva combinación, solemos conservarla muy bien custodiada naturalmente, por si algún cliente que no ha hecho uso de su capacidad de rectificarla ha olvidado la original, pero deben ustedes comprender que esa información es secreta, qué me dicen ustedes, caballeros, tiene que haber un error, yo en mi juventud no pertenecí a la CNT, debe de tratarse de alguien que se parecía mucho a mí y que tenía un nombre parecido, y por supuesto que no conocí a Durruti, es imposible que alguien como yo, de misa diaria, pregunten al párroco de San Froilán, pregunten, es imposible que alguien que ama a su patria y a su Caudillo por encima de todas las cosas haya abrazado en su juventud ideas anarcosindicalistas, y para que vean cómo soy un auténtico patriota, un español de pies a cabeza, siempre dispuesto a darlo todo por Dios y por la patria si mi delicada salud lo permitiera, que desgraciadamente no lo permite, estoy muy enfermo, señores inspectores, y tan sólo al deseo de contribuir al esfuerzo productivo que todos los españoles de bien deben hacer en estos momentos en pro de la grandeza y prosperidad de la patria hace que siga aquí, al pie del cañón, en lugar de solicitar el descanso que tan merecido tengo, por eso, y en prueba de mi buena fe y mi acendrado patriotismo así como por la devoción que siempre he sentido por nuestras gloriosas fuerzas policiales, prez y honra del nuevo Estado que bajo el mando firme y seguro de nuestro invicto Caudillo está resurgiendo para servir de luz y guía, de faro y estandarte a todo el orbe occidental y cristiano, romperé las normas de la firma y les proporcionaré de mil amores el número de la combinación que me han solicitado. Si son tan amables de acompañarme al cuartillo que hay aquí a la izquierda, por favor, caballeros, ustedes primero, se lo ruego, como si estuvieran en su casa.

Teníamos la información y sólo necesitábamos esperar el momento propicio. No tardó mucho en llegar. Doce días después, los padres del difunto señor Loperena asistieron a una recepción en la embajada de la República Argentina y nos dejaron el campo abierto. Cuando los sirvientes se habían ido y el viejo jardinero había entrado en su cabana tras finalizar sus labores entramos en la vivienda y guiados por las excelentes indicaciones que nos había proporcionado el anarquista arrepentido, hoy leal empleado de una empresa de seguridad, nos dirigimos sin demora a la habitación en la que, escondida tras una reproducción de un cuadro de Picasso, o quién sabe si era un original, ni mi compañero ni yo entendíamos de sutilezas artísticas, se encontraba la caja fuerte del ladrón de joyas más buscado de toda España. Sin perder tiempo descolgamos el cuadro procurando no dañar el marco, en mi opinión de más valor que la absurda pintura que protegía, y giramos la ruleta a izquierda y derecha, deteniéndonos en los números que nos había indicado el probo y fiel empleado de incierto pasado, sin que la puerta de la caja se abriera. Frustrado ante este hecho no pude evitar decir a mi compañero que el empleado nos la había jugado.

– Parece mentira que hayas aprendido tan poco a mi lado, pipiólo, debo de ser un mal profesor. Ese infeliz nos ha dicho la verdad, era incapaz de engañarnos, pero si cuando hemos abandonado la oficina ha tenido que ir a todo correr al retrete. No, deja en paz a ese pobre hombre. Lo más lógico es que Loperena haya cambiado posteriormente la clave. Eso es lo que haría cualquier persona con dos dedos de frente, novato, que sigues siendo un novato. Si te digo la verdad, ya me lo esperaba, por eso no me he llevado ningún contratiempo contrariamente a lo que te ha sucedido a ti.

– Entonces, ¿por qué le pediste la combinación al empleado?

– Porque al decírmela e incurrir en una ilegalidad ya no informará a nadie de nuestra visita. Además, no se debe descartar nunca ninguna posibilidad, y pudiera haber ocurrido que Loperena fuera tonto del culo y no hubiera modificado la combinación.

– En ese caso, si contabas con que no sirviera de nada, supongo que tendrás otro plan.

– Siempre hay otro plan, en eso estriba precisamente la eficacia de mis métodos policiales -me respondió soca- rronamente.

– ¿Ycuál es ese plan si puede saberse?

– Esperar.

– ¿Esperar?

– Sí, ¿no sabes lo que significa ese verbo, creo que intransitivo si no recuerdo mal lo que me enseñaron en la escuela?

– Por supuesto que lo sé, lo que menos necesito en estos momentos es una lección de gramática, pero que yo sepa esperar no es ningún plan.

– Algún día serás un buen policía, un excelente policía, novato, pero aún tienes mucho que aprender, te pierde la vehemencia y las ganas de acción, supongo que sigues viendo películas americanas. Si Mahoma se cansa yendo a la montaña lo mejor es que se quede sentadito esperando que la montaña se acerque hasta él, y eso es lo que vamos a hacer. Fumarnos plácidamente un cigarro mientras esperamos que la montaña venga a nuestra vera.

– No entiendo, ¿de qué montaña me hablas?

– De los padres de Loperena, por supuesto.

– ¿Crees que están metidos en el ajo?

– No, ni por asomo, pero si no tiene cómplices, y hasta donde hemos podido averiguar parece ser que no los tiene, parece lógico pensar que habrá dicho a sus padres cuál es el número de la combinación, por si acaso.

– ¿Y si no es así?

– En ese caso pondría en funcionamiento el plan C. Volaríamos la caja fuerte con los explosivos que esta tarde he introducido en el maletero del coche.


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